domingo, 28 de julio de 2013

AP Y AGROPECUARIA

Siempre pensé —y dije—, que la falsa dicotomía entre la conservación y el desarrollo era alentada por los nada santos intereses de algunas personas o sectores empeñados en desvirtuar la utilidad de la primera.
 
De forma concreta, la innecesaria tensión entre áreas protegidas y desarrollo agropecuario es la más fácil de desvirtuar, inclusive en Santa Cruz, donde se concentra la mayor extensión y potencial agropecuario del país y, a la vez, donde se tiene apartado para la conservación un territorio considerable bajo distintas categorías de áreas protegidas.
 
Y es que, si las cosas se hacen y explican bien, es fácil reconocer más complementariedades que contrariedades. Si tanto las áreas protegidas como las áreas de producción agropecuaria y forestal se designan en base a estudios técnicos que contemplan como fundamento la capacidad de uso mayor del suelo, entonces cada cosa se hará en su lugar, el ordenamiento territorial será técnicamente correcto, y todas las actividades humanas tendrán su oportunidad.
 
Aterricemos aún más y veamos, por ejemplo, el caso del Área Natural de Manejo Integrado y Parque Nacional Amboró que, a pesar de su ampuloso nombre, ha sido  sucesivamente sujeto a las ambiciones y maniobras de los politiqueros, y durante toda su existencia no ha hecho otra cosa que librar una encarnizada lucha por ser respetado, no invadido, y aceptado como beneficio por una buena parte de la sociedad.
 
El Amboró, que también alberga agropecuaria propia en el interior de su Área Natural de Manejo Integrado, producción de hortalizas, frutas y cultivo de cereales, y ganadería de ramoneo y trashumancia, mayoritariamente de subsistencia, por si quedan dudas, es un área que favorece la agricultura y pecuaria extensiva comercial e industrial que se realiza fuera de ella, de las siguientes y principales maneras:
 
·         Como fuente de agua, siendo origen de quebradas, arroyos y ríos que bajan generosos y se extienden a lo largo de los valles para permitir el cultivo irrigado de hortalizas, cereales, tubérculos y frutas en su sector sur, movilizando y potenciando una economía que da de comer a buena parte de la población valluna a través de una producción que abastece el consumo propio y a la mayor parte de la ciudad de Santa Cruz.
·         Como repositorios de fertilidad al alimentar constantemente a las terrazas laterales de los ríos, donde se desarrolla la agricultura, con los ricos nutrientes que llegan por estos cursos de agua y que van formando sus suelos productivos.
·         Protegiendo carreteras e infraestructura: ¿Se imaginan ustedes qué pasaría con la carretera que pasa por su sector norte, dirigiéndose de Santa Cruz a Cochabamba, y sus respectivos puentes, si los que ahora son bosques que protegen sus orillas de desbordes de los ríos Yapacaní e Ichilo, principalmente, fuesen peladas dehesas?  ¿Se han preguntado alguna vez qué ocurriría si esos bosques no existieran y, por tanto, no cumplieran su función —servicio ambiental, se le debe llamar—, de moderar la conducta a veces violenta de estos ríos que se generan en nuestras montañas?
·         Brindando protección a sembradíos, cultivos, potreros, campos naturales, plantaciones y aprovechamientos forestales que se encuentran aguas abajo y que serían arrasados anualmente si no existiera la ya mencionada protección que brindan los bosques ribereños y los que cubren la superficie erosionable de sus montañas y llanuras.
·         Más que a los cultivos, crías e infraestructura, es fundamental el servicio de protección a comunidades humanas, mayoritariamente de campesinos y agricultores, que habitan las partes bajas de las cuencas de los mencionados ríos.
·         Regulación del clima local mediante su masa boscosa que capta agua, que absorbe CO2, que genera oxígeno, que modera vientos y atenúa la temperatura, haciendo propicio el ambiente en que se desarrolla la agropecuaria.
·         Polinización de cultivos mediante la protección de una fauna de insectos que se refugian en sus bosques, que liban de sus flores y que se hacen disponibles para la polinización de los cultivos comerciales que se realizan fuera de sus bosques y que dependen de polinización entomófila.  
 
Si se calculara, pues, el monto de dinero que se genera o que se ahorra en agua en Amboró, o en protección de infraestructura, por ejemplo, seguramente se obtendrían números que harían palidecer a los que se generan en similar área de cultivos industriales de llanura.
 
Las áreas protegidas no son un capricho de ambientalistas desvelados que odian el desarrollo, aborrecen a los empresarios o a los campesinos y no los dejan producir en paz.  Las áreas protegidas son una manera sana e inteligente de proteger nuestra producción agropecuaria a la vez que conservamos nuestra biodiversidad, aseguramos el disfrute de los paisajes y beneficios intangibles que nos brindan, cuidamos un potencial reservorio de nuevas medicinas, fibras y cultivos, y creamos una economía paralela con el turismo, entre otros.
 
El problema no son las áreas protegidas. El problema en realidad se da cuando entran en escena factores mal planteados como sociales cuando en realidad son avivadas de politiqueros y traficantes de recursos ávidos de tierra para sí mismos y para dotar a sus votantes. 
 
Y el problema mayor es que de estos hay muchos, cada vez más, y cada vez más prohijados por el poder central.
riopalo1962@gmail.com