domingo, 3 de marzo de 2013

POR SUS FRUTAS LOS CONOCEREIS

No lo hago normalmente pero esta mañana de domingo, en un ataque tan súbito como inexplicable de solidaridad, compañerismo, romanticismo y espíritu de equipo, todo a la vez, acompañé a mi esposa al mercado a comprar frutas y verduras.  Me fue muy bien porque no tenía ni pensada la crónica del día, y con la visita al centro de expendio se me ocurrió un tema para la entrega de hoy: las frutas.

No hizo falta adentrarse mucho en el mercado Mutualista, en el primer puesto de frutas la señora se detuvo y todo su séquito, que la seguíamos —el suscrito y los velatacuces—, frenamos en seco.  Montañas de frutas se nos presentaron, entonces, casi golpeándonos la cara con sus colores y fragancias.

Había frutas importadas, regionales y locales.  Entre las venidas de otras latitudes —originarias de y sembradas en otras latitudes, quiero decir—, las mismas de siempre: uvas, duraznos, manzanas y ciruelas, con su fragancia y su arrogancia de frutas de alta jerarquía. 

Entre las exóticas sembradas en el país, otras que se han establecido tan bien en nuestro medio que muchos ya olvidamos que no son nativas: mangas (sí, todavía había algunas), naranjas, mandarinas, limas y limones, melones y sandías, guineos y gualeles, maracuyás y acerolas (a Bs.15 el kg), paltas (a 3 por 10, las medianitas y a Bs. 5 la unidad de las grandes) y papayas, todas con su sabor más nuestro, su comportamiento de nativas, y sus aires ya mestizos —aunque la palabra sea prohibida.   

Entre las nativas, mucho me alegré de ver todavía unos pocos achachairuses, guayabas (a Bs. 8 el kg), carambolas, y, más del norte amazónico, unos ejemplares de copuazú, a Bs. 25 la yunta.  Extrañé los guapuruses, que si se los riega dan varias veces al año, y los motojobobos, así como las ambaibas, los marayaúses, los guabirás, las chirimoyas y los pitones, entre otras.

La naranja estaba a Bs. 80 el cien, casi a un peso la unidad,  Carita, ¿no?  Y eso que me aclararon que era “cruceñita, nomás”, y no la que viene de Monteagudo ni la de Huaitú. Por algo debe ser, y no voy a ser yo el que discuta el precio, con lo tanto que le cuesta al agricultor producir (aunque bien sabemos que el que más gana es el intermediario).

La señora ordenó ciruelas, uvas, limones, guayabas, gualeles y papayas, pagó y nos mandamos cambiar. Como lo hago yo ahora, no sin antes hacer un par de aclaraciones antes de cerrar esta entrega, una de ellas para los periodistas, tan afectos ellos a llamar exótico a todo lo que les parece exuberante o tropical:

Exótico es todo aquello que no es nativo del país.  Una fruta exótica, entonces, es toda aquella que no es nativa de Bolivia, aunque no sea muy colorida y tropical. (De la misma forma, una cambita exótica no sería cambita, y podría ser una morena de cualquier lado, menos del país). 

En esto del origen de las especies hay que andar con mucho cuidado. Uno se puede llevar grandes sorpresas a medida que van adelantándose investigaciones científicas y enterarse como yo lo hice ayer, por ejemplo, que el camote, nativo de América, se cultivaba ya en la Polinesia por lo menos tres siglos antes de que nos visitara Colón. Y su nombre en la Polinesia es kumara, el mismo que usan los aymaras para referirse al camote. Menos mal que en este caso las investigaciones confirmaron su origen americano y lo que develaron fue un activo intercambio por el Pacífico desde mucho antes de que se quebrara el huevo de Colón.

Ahora sí nos vamos, con una invitación para que visite usted el mercado. Se pone bonito el Mutualista los domingos a eso de las 9:30. Se encuentra uno con gente conocida, y se reencuentra uno con los aromas y matices de toda la vida. Como para seguir con otra entrega sobre frutas la próxima semana…

riopalo1962@gmail.com