domingo, 26 de agosto de 2012

¿VIENTO ANÓNIMO?

Justo hoy, que publico esta crónica, el viento sopla del otro lado, del lado que llega helado y lo deja a uno congelado. No busco una rima, ni nada que se le parezca, pero nos llegó el sur –el surazo–, justo cuando me había propuesto publicar una crónica sobre el viento del norte.  No hay remedio, ya está escrita y la tendré que dividir en dos entregas, entonces, con la esperanza de que para la próxima, el viento ya sea propicio, y nos sople del lado norte.
Nada anodino es el viento andino y anónimo que nos golpea la mayor parte del año, y que no tenga un nombre propio y creativo me parece una verdadera barbaridad. El del norte es, pues, un viento bárbaro, barbarismo aplicado para algo que no tiene papeles y carece de identidad formal y popular, como si no existiera. 
Convivimos con él por lo menos la mitad del año, lo soportamos como podemos, lo admitimos de mala gana por las grietas de las paredes, por las junturas de los marcos de las ventanas que cantan a su flujo y a su influjo, por debajo de las puertas que logran quedarse cerradas. Lo enfrentamos en la calle con su carga de arena seca, abrasiva, que pica en la cara, que levanta faldas alocadas, rasga trapos tricolores y rompe hasta vidrios nacionales, sin embargo,  no le conocemos un nombre bonito, que nos agrade a todos.
Se presenta por días y días, días y días, nos ensucia el pelo y las orejas, nos llena la cabeza de tierra y el cerebro de ideas raras y, sin embargo, es casi un anónimo, un viejo conocido que no tiene un nombre apropiado.  Todos sabemos que cuando se retira es sustituido por un pariente suyo que viene del otro lado, que se dirige en dirección contraria, y que se llama surazo, o por una calma chicha –ni chicha ni limonada–, que suele preceder a una lluvia feroz.
Malamente lo nombré como vendaval de agosto en un mal poema de un agosto ya lejano en el que también saqué a bailar a mi niña. Malamente le llaman ventolera las mujeres que cuidan sus tendales de ropa recién lavada. Malamente lo reciben quienes desesperadamente se enroscan el pelo con los dedos hasta que ya no aguantan más y se quieren arrancar las mechas con las manos.
Molesta todo el año, pero tiene sus picos más antipáticos en agosto y septiembre, y hay que esperar a que pare, o a que se calme un poco –en las tardecitas–, para poder fumigar, o hacerlo antes de que vuelva a despertar –en las mañanitas–, para que la aplicación no termine a la orilla del camino, o en el monte, o en el vecino. Hay quienes dicen que aumenta la fibra de la caña y yo no tengo porque negarlo.  Hay quienes alegan que erosiona los suelos desnudos más que la lluvia y yo creo que es verdad, que es un ladrón que se roba la capa superficial del suelo y se la lleva a pasear por el aire, a atascarse en dunas, a depositarse sobre las hojas de los árboles, en cordones de calles, en aceras y galerías.
Pero no tiene nombre propio o, mejor dicho, su nombre propio es muy común, poco creativo, sin imaginación, aunque muchas veces se escuche a la gente decirle viento de m, y no creo que el apellido impuesto se deba a los aromas de lagunas que a veces trae.
Domina absoluto en la capital y sin embargo la ciudad no se reconoce como capital del viento; se regodea por sus anillos, libre y circular, pero esta ciudad no le discute ni arrebata a Chicago la capitalía del viento fuerte.  Detiene en el aire a los aviones pequeños, se impone como un reto para las aves, representa un desafío para abejorros, mariposas y langostas, pero nadie se da el trabajo de estudiarlo.
Viene del norte y no es un nortazo, no obstante los portazos que produce. Trae arena y no es conocido como arenero ni como tierrero. Enloquece a los que tenemos la locura pandinga y no se llama loquero ni enoja locos. Ensucia  la ropa y levanta las faldas y no se le llama faldero, ni muestra calzones. Rasga banderas y no se le llama trapero, arranca calaminas y techos de paja, y no se llama calaminero, ni pajero…
No se llama tramontana, ni mistral, ni alisio, ni carpintero, ni minuano, ni pampero, ni siroco, como otros vientos extranjeros que conozco.  No se llama papagayo, a pesar de que no calla todo el día, ni se llama monzón, a pesar de lo fuerte que golpea, ni se llama Usain a pesar de lo rápido que corre, ni se llama Bolt a pesar de que voltea árboles, ni se llama centralista, a pesar de lo mucho que molesta y destruye.
Es, nomás, el viento norte, el que nos embiste y nos desviste, que nos atropella y nos hace mella, que tumba la botella y arranca la armella abriendo la puerta de ella, tan bella la doncella.
Excepto, por supuesto, los domingos como hoy, que se deja ganar por ese otro torazo llamado surazo, que espanta a las musas y se las lleva a dormir en otros brazos…
riopalo1962yahoo.com