domingo, 21 de abril de 2013

TIEMPO JIGOTUDO

Bien taconeadas de jigote se me han presentado las últimas semanas y meses, tanto que no he tenido tiempo de escribir sobre cada una de las cosas que me han pasado, como debería haberlo hecho.  No he podido y, por tanto, no he salido al aire en las últimas tres semanas, traicionando así la regularidad del establog.

Bien jigotudas estas últimas semanas. Robaron en mi casa, tal como venía sucediendo cada vez que entraba alguien a hacer algún servicio de plomería, albañilería o electricidad y, después de siete años, me tuve que quedar sin servicio doméstico, ya sabrán porque.  Se me impuso, entonces, el reto aún no cumplido de poner cámaras y cajas fuertes, y por vez primera conocí a un Sherlock Holmes criollo.

Con tantos nervios, me choqué por ir para atrás con el arrollador impulso del forward. 

Jigotudas y bien condimentadas estas semanas. Llovió como en los viejos tiempos y mi pluviómetro perdió la virginidad de los 100 mm, cosa que al principio parecía buena pero terminó siendo casi un desastre, pues las tardías lluvias perjudicaron buena parte de la cosecha de soya de mucha gente. Hablé mucho y muy claro con mi presidente y se me despejaron muchas dudas y se me disiparon muchas penas. Decidí que mi nuevo libro, que ya está listo hace meses, se publica aunque sea en entregas de este establog, pero se publica, cueste lo que cueste.

Jigotudo marzo, ¡carajo!  La lista es larga e importante. Se me planteó romper y rajar, todo al mismo tiempo, y esta vez bien en serio, y estuvimos a un tris de hacerlo, frenando finalmente y, una vez más, al mismísimo borde del precipicio. Ayudé a la futura publicación de un libro, del que soy autor del prólogo, y mis letras se fueron a volar con las aves de Santa Cruz.  Se me prometió la salida de otro, con prólogo también mío, para mayo, y ahí viene, a bubuya con las aguas del Iténez. Se fue huyendo Sosa y con él lo de Rozsa se fue al fondo de la poza…por un par de semanas, porque el que dizque se había ido con los hijos y la esposa ya volvió a la torre. La Semana Santa me encontró afligido, compungido,  arrepentido, desprevenido, y me fui al campo a comer unos buenos pacuces a la parrilla, lo que es lo mismo que los pacús o los pacúes a las brasas.

Me sacaron una muela —no hay cosa que más duela—, que me estaba haciendo ver a mi tatarabuela bailando con la momia de Venezuela (esta rima casi vuela).

Jigotudos marzo y abril, ¡che! Conocí el corazón de nuestra Amazonia profunda, y la peruana, y todavía me castañean los dientes de la emoción. Sobrevolé sus montes, navegué los ríos Madre de Dios, Las Piedras y Pariamanu, en Perú, y volví al río Beni, a una altura diferente de la que lo había conocido en Rurrenabaque. Estuve en Fortaleza, o lo que queda del legendario emporio de la goma y la castaña, conocí a uno de sus dueños, y me enteré de su sensible problemática.

Volví al viejo amor de la fotografía y en un viaje al campo me tallé disparando la cámara de mi hijo, alentado por la novedad de que ya no se necesita comprar rollos ni mandarlos a revelar. Registré una víbora cruzando de Pando al Beni, y un monito que adivino debe ser un chichico, Saguinus spp., que vive mimetizado en el pelo, el cuello y los arañados hombros de un hermoso niño indígena…  

Chateé por primera vez en mi vida, y me gustó.  De ahora en adelante, nunca más lo haré atrás de un arbusto, en el montecito, ahora siempre será debajo de la chata, que eso es chatear de verdad. Salí a comprar una caminadora, con la plata en la mano, dizque para no dejar de caminar ni cuando llueve y hace frío, pero me frustré con la falta de interés palabra de los vendedores…parece que sus ventas andan altas, que no necesitan de mí, que tendré que continuar nomás con el habitual trapicheo de un parque, y que la caminadora me espere en la esquina.

Bien cargada de jigote la empanada de marzo y la primera quincena de abril. El firmamento nos regaló una nueva estrella, un Papa radiante y luminoso, como para eclipsar la estrella cadente que se fue la primera semana del tercer mes, el muerto del cinco de marzo. 

Dejé que mi hijo se vaya de vacaciones por una semana pero lo llamé todas las noches, como lo hace un buen papá. Y como lo hace un buen Papa, Pancho se ratificó humilde, tanto que todavía no pudo hacer milagros con San Lorenzo, ni con Cristina, ni con Mujica, que mugió en voz alta que la vieja es peor que el tuerto, regalándome unas horas de plena felicidad.

Estuvo bien jigotudo, y bigotudo, marzo y la primera quincena de abril, y a mí, que se me agudizó la crónica flojera, no me quedó otra que juntar todo en esta sola y desolada crónica…

riopalo1962@gmail.com