domingo, 23 de diciembre de 2012

VIVENCIAS AGROPECUARIAS

La crónica de hoy será más larga de lo habitual, quizás en preparación a la de la próxima semana que, por su carácter especial, tampoco podrá ser muy corta.

Hablaré hoy sobre mi vocación y vivencias agropecuarias que han sido, cuando menos, confusas.  Rubro por rubro, en las líneas que siguen les transmitiré los resultados y avances, las certezas y tribulaciones de mi actividad productiva actual y pasada.  Algunas son afirmaciones, otras son preguntas:

Si los que cultivan ajo son ajeros, y los que siembran cebolla son cebolleros, me pregunto, ¿qué seré yo, que todo el tiempo produzco ajos y cebollas?  O, ¿qué seré yo, Maestro, que me especializo en la cría de ovejas negras de doble propósito, mitad para lana y mitad para descarriar mansas corderas?

Veremos que soy, finalmente, cuando analicemos todas mis actividades:

En los cultivos industriales, los del agronegocio, socio, mis experiencias con la soya no se truncaron con la llegada de la roya, y todavía sigue siendo la joya de la corona de la única reina de mi corazón, mi hija Pitoya.

Cultivo el mejor maíz del país, mejor que el del maizal de al lado, y cada año tengo que salir a buscar chala para cubrir la impúdica y cabelluda punta que queda al descubierto en cada una de las hasta seis mazorcas que me da cada planta. 

Sembré trigo, nació bien, creció bien, macolleó bien, espigueó bien, maduró bien, pero luego vinieron y se lo comieron tres tristes tigres que me saqué en una rifa.

Quise cultivar arroz pero me asusté con la posibilidad de que me lo cambien de destino y en lugar de ir a parar a silos o peladoras de arroz locales vaya a terminar en los ubicuos almacenes de dircabibi, la dirección de cambio de bienes por billetes o, como dicen algunos, que se embarque el arroz con destino a la isla de otro barbón que no se llama Ostreicher.

Eso sí, mi producción de hongos anda viento en popa, y es dependiente, precisamente, de la falta de viento y aire en la zona del cuerpo en la que produzco mis champiñones.

Mi cosecha de café fue excelente, me llené de plata, me lo bebí todo y nunca más pude dormir, ¡lo juro!,  nunca más pude dormir solo.

En la industria sucro-alcoholera, mi preferida, planté caña y me nacieron cañones, y tuve que dejar de hacerlo para poder conservar la paz con mis vecinos.

Ya en la rama de la horti-fruticultura, la poda de ramas, justamente, me produjo resultados dispares y disparates:

Metido a fruticultor, tuve que hacer una plantación de naranjas y manzanas para poder hacer las cuentas, para que las mismas  me cuadren, y para descubrir que la manzana podrida no estaba en mi media naranja.

Planté, sin embargo, achachairuses, y hasta ahora solo he cosechado ácidas críticas, ni siquiera agridulces comentarios, como yo esperaba.  De aquí a unos años, cuando vuelva a ver el achachairusal, me iré a Australia para aprender su cultivo.

Algo parecido sucedió con mi huerto frutal mixto y consorciado de guapurú, guayaba, guabirá y guapomó, que solo me dejó un aguaguaguaguado poema.  El resultado fue agridulce, pues a la morena que se lo dediqué le gusta que la halague, pero no que la empalague.

Por mi plantación de mangas me llamaron manguero y por la de yuca, yuquero. Lo primero implicaría que yo sea extremadamente pedigüeño, sableador, y lo segundo que sea mentiroso y, no les miento, no soy ni manguero ni yuquero, a lo sumo meto de vez en cuando una yuca y, como ya no fumo, ya no les mangueo cigarros ni a mi hermano ni a mis amigos.

A propósito del tabaco, la plantación y el consumo se plantó el día que me dio un infarto.  Debí dejarlo el día que Philip Morris mató a mi padre.  Para bien o para mal, Philip Morris y John Deere son los dos gringos que más han influido en mi vida.

En el tema de las verduras o, más propiamente, las hortalizas, los resultados fueron variados: Cuando me dediqué a sembrar berenjenas me metí en un berenjenal, y salí todo lastimado, sin siquiera una berenjena rebosada en la mano.  Ya cuando me dediqué al rábano, a nadie le importaba nada, y no era verdad que el rábano encrespa las pestañas, como decía mi padre.

La situación con el tomate es de cuidado. Tomate uno, tomate dos, tomate tres ‘bloody marys’ y se te puede ir al tacho toda la plantación de tomates, aunque el catolicismo siga intacto, como me pasó a mí.

Por un zapallazo fue buena mi cosecha de zapallos, y todos se vendieron para una nueva festividad que nos acaba de llegar, recién importada, y que se llama algo así como jalogüin.  La venta fue muy güena, no obstante que era el día de los muertos.  

Y como todo es un carnaval, producir pepinos es una buena idea en estos tiempos en que en el país mandan un par de  papayos machos.

En la ganadería mayor, sabemos que el ganado es al ganadero lo que el perdido al agricultor. Estas han sido mis experiencias:

Crié burros y se subieron al corredor, crie caballos de carrera, cuarto de milla y, por una cabeza, se dejaron ganar con el caballo del corregidor. Y por último, crié una mulita trotona que me tiene corriendo atrás de ella, haciéndole lances a sus patadas.

Criaba vacas holandesas, para leche, pero tuve que dejarlo porque los vaqueros no entendían el idioma. Seguí, sin embargo con las vacas, y además puse una curtiembre para aprovechar sus cueros, pero también tuve que abandonar porque todos los zapatos me salían bicolores, blanco y negro, y solo los payasos se asomaban a comprarlos.

Y por criar ganado de raza me llamaban racista. Quise, entonces, criar ganado mestizo, pero me dijeron que lo mestizo no existe y no figurará en el censo ganadero. Ahora no sé qué hacer, quizás tenga que criar jochis y taitetuses, que a las llamas y vicuñas no les entiendo.

Ya en la cría de especies menores, mi suerte estuvo signada por la cría de conejos de la suerte, que tenían que ver la muerte para entregar sus colas de mis llaveros de exportación. Lo demás llenaba las ollas locales con unos falsos conejos de chuparse los dedos.
  
Una frustración mayor, sin embargo, es que nunca pude empezar un negocio avícola, porque sigo sin saber si primero es el huevo o la gallina…

Pero yo igual seguiré en la faena. Y si planto especias tendrán que ser especies especiales específicas, previo estudio del mercado, aunque a nadie le importe un comino.

Como verán, he explorado muchos rubros, y en algunos me ha ido bien, y en otros no tanto.  Seguiré buscando más éxitos y la revancha de mis fracasos, aunque el mundo antiguo ya se acabó antes de ayer. 

A propósito, los que organizaron el acto del fin del mundo, en el Titicaca, en el fondo son buenos, pero no se cayeron al fondo y, salvándose, espero no nos hundan a todos los demás.  Aunque según dicen, ellos inauguraron una nueva era de paz y amor a la que inclusive yo me tendré que sumar…¡Feliz Navidad!

riopalo1962@gmail.com