¿En qué difieren los piropos que se dicen en el campo de los que se dicen en la ciudad? En mucho, pues los mozos del campo tienden a hacer alegorías y a florear sus versos con componentes de la ganadería o los cultivos de los que se rodean cotidianamente, a involucrar en sus afanes de conquista propuestas materiales que incluyen los productos de su trabajo, y a comparar al objetivo de sus piropos con elementos de su entorno natural.
En la ciudad, en cambio, nos rodeamos de cemento y vehículos, cada vez nos llenamos más de bienes y servicios pero nos vamos quedando vacíos de inspiración, y nuestros piropos salen insípidos, inodoros, insaboros e incoloros y, a la vez, paradójicamente, cada vez más vulgares y obscenos.
Lo que en la ciudad suena ordinario en el campo, sin embargo, suena muy fino. Pero eso, me parece, que a las peladas de la ciudad y el campo no les importa, sobre todo si el piropo es dicho desde un descapotable —convertible creo que se dice— o desde un tractor o un caballo, respectivamente.
Y aunque en el campo se pasa muy rápidamente a la propuesta y la acción, muchas veces ahorrándose los prolegómenos del piropo, todavía es posible escuchar a vaqueros, chacareros, mozos y patrones haciéndose los galantes y ofreciendo los frutos de su inspiración, de su morbo y romanticismo, a muchachuelas y vejanconas, según sea la urgencia.
En el campo todo es menos rebuscado, aunque no siempre ordinario ni de mal gusto, todo es más espontáneo y directo, casi siempre dicho con poca amortiguación y anestesia. Sin eufemismos, pues, ni a la hora de piropear. Lo que mostramos a continuación no pretende ser un catálogo completo ni mucho menos, porque la imaginación y la inspiración son inagotables y siempre producen cosas nuevas. Es apenas un muestrario de ocurrencias en forma de piropos que hemos venido escuchando a lo largo del tiempo en nuestras andanzas por ambas bandas del río Palo.
Veamos, entonces, una breve muestra del repertorio campestre, comenzando por los piropos más dulces e inocentes para ir in crescendo a medida que la libido y la ordinariez se le van subiendo al camba.
Con un piropo largo, de los que se pueden permitir en el campo donde el tiempo pasa más lento, comienza de forma constructiva y ofreciendo seguridad el camba que corta hojas de motacú, que ya tiene varias rastradas listas y le dice a la pelada que pasa: “Ya está listo nuestro Duralit, mañana compro el ladrillo pa’ las paredes, el mosaico pa’ el piso y el azulejo pa’ el baño y nos vamos a vivir juntos, negrita”.
Otro, sabedor de la importancia que tiene la religión para las peladas del campo, se quiere aprovechar del tema y le lanza a una un piropo que da cuenta de su propia devoción: “Bendita sea la vaca de la que sacaron el cuero para hacer las abarcas del cura que te bautizó”. La pelada, entonces, invitó al camba a Misa y a este no le quedó otra que chuparse el sermón.
No se sabe si en represalia por el sermón o si en un súbito cambio de estrategia, pero el camba de pronto va subiendo de tono, y ya empieza a hacer proposiciones más directas y dirigidas —al grano—, llevando a la pelada hacia la parte que más le interesa: “Boquinga dulce de melau, vení dale una lamida a mi empanizau”.
Las menciones a partes del cuerpo de la moza no se hacen esperar, y el camba, hecho el romántico, saca a relucir los ojos, la sonrisa, los dientes, el pelo, los lunares, las manos, las piernas y muslos, los morocos y tobillos, las ancas, el coto y hasta los sobacos de la muchacha. Hecho el delicado, por lo menos al comienzo, se queda en los brazos y le dice a una que se encontró en la tranquera: “Que brazos más velludos, choquita…, si así son las provincias, cómo será la capital, ¿no?”.
Las invitaciones para ir juntos a determinados lugares son, también, muy comunes, y aquí se ofrecen dos que aprendimos en una gira reciente por la zona de Agua Rica, donde quedan algunos de los últimos cambas puros y, por tanto, donde la sinceridad y las rebuscadas rimas del camba siguen siendo proverbiales: “Te espero en el paúro, pa’ ayudarte a sacar tu agua, ¡te lo juro! El otro, ya más persuasivo, fue escuchado diciendo: “Vamos, negra, si de una llevadinga al río no te vas a embarazar”.
No nos quedamos para saber el final de la historia, pero no tenemos dudas de que se terminaron yendo al paúro, y al río, y que tanto va el cántaro al agua que al final se rompe.
Nos queda mucho en el tintero y nada raro que en próximas entregas volvamos con más.
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