domingo, 9 de junio de 2013

PIROPOS RURALES

¿En qué difieren los piropos que se dicen en el campo de los que se dicen en la ciudad? En mucho, pues los mozos del campo tienden a hacer alegorías y a florear sus versos con componentes de la ganadería o los cultivos de los que se rodean cotidianamente, a involucrar en sus afanes de conquista propuestas materiales que incluyen los productos de su trabajo, y a comparar al objetivo de sus piropos con elementos de su entorno natural.

En la ciudad, en cambio, nos rodeamos de cemento y vehículos, cada vez nos llenamos más de bienes y servicios pero nos vamos quedando vacíos de inspiración, y nuestros piropos salen insípidos, inodoros, insaboros e incoloros y, a la vez, paradójicamente, cada vez más vulgares y obscenos.

Lo que en la ciudad suena ordinario en el campo, sin embargo, suena muy fino. Pero eso, me parece, que a las peladas de la ciudad y el campo no les importa, sobre todo si el piropo es dicho desde un descapotable —convertible creo que se dice— o desde un tractor o un caballo, respectivamente.

Y aunque en el campo se pasa muy rápidamente a la propuesta y la acción, muchas veces ahorrándose los prolegómenos del piropo, todavía es posible escuchar a vaqueros, chacareros, mozos y patrones haciéndose los galantes y ofreciendo los frutos de su inspiración, de su morbo y romanticismo, a muchachuelas y vejanconas, según sea la urgencia.

En el campo todo es menos rebuscado, aunque no siempre ordinario ni de mal gusto, todo es más espontáneo y directo, casi siempre dicho con poca amortiguación y anestesia.  Sin eufemismos, pues, ni a la hora de piropear.  Lo que mostramos a continuación no pretende ser un catálogo completo ni mucho menos, porque la imaginación y la inspiración son inagotables y siempre producen cosas nuevas. Es apenas un muestrario de ocurrencias en forma de piropos que hemos venido escuchando a lo largo del tiempo en nuestras andanzas por ambas bandas del río Palo.

Veamos, entonces, una breve muestra del repertorio campestre, comenzando por los piropos más dulces e inocentes para ir in crescendo a medida que la libido y la ordinariez se le van subiendo al camba.

Con un piropo largo, de los que se pueden permitir en el campo donde el tiempo pasa más lento, comienza de forma constructiva y ofreciendo seguridad el camba que corta hojas de motacú, que ya tiene varias rastradas listas y le dice a la pelada que pasa: “Ya está listo nuestro Duralit, mañana compro el ladrillo pa’ las paredes, el mosaico pa’ el piso y el azulejo pa’ el baño y nos vamos a vivir juntos, negrita”.

Otro, sabedor de la importancia que tiene la religión para las peladas del campo, se quiere aprovechar del tema y le lanza a una un piropo que da cuenta de su propia devoción: “Bendita sea la vaca de la que sacaron el cuero para hacer las abarcas del cura que te bautizó”.  La pelada, entonces, invitó al camba a Misa y a este no le quedó otra que chuparse el sermón.

No se sabe si en represalia por el sermón o si en un súbito cambio de estrategia, pero el camba de pronto va subiendo de tono, y ya empieza a hacer proposiciones más directas y dirigidas —al grano—, llevando a la pelada hacia la parte que más le interesa: “Boquinga dulce de melau, vení dale una lamida a mi empanizau”.

Las menciones a partes del cuerpo de la moza no se hacen esperar, y el camba, hecho el romántico,  saca a relucir los ojos, la sonrisa, los dientes, el pelo, los lunares, las manos, las piernas y muslos, los morocos y tobillos, las ancas, el coto y hasta los sobacos de la muchacha. Hecho el delicado, por lo menos al comienzo, se queda en los brazos y le dice a una que se encontró en la tranquera: “Que brazos más velludos, choquita…, si así son las provincias, cómo será la capital, ¿no?”.

Las invitaciones para ir juntos a determinados lugares son, también, muy comunes, y aquí se ofrecen dos que aprendimos en una gira reciente por la zona de Agua Rica, donde quedan algunos de los últimos cambas puros y, por tanto, donde la sinceridad y las rebuscadas rimas del camba siguen siendo proverbiales: “Te espero en el paúro, pa’ ayudarte a sacar tu agua, ¡te lo juro! El otro, ya más persuasivo, fue escuchado diciendo: “Vamos, negra, si de una llevadinga al río no te vas a embarazar”.

No nos quedamos para saber el final de la historia, pero no tenemos dudas de que se terminaron yendo al paúro, y al río, y que tanto va el cántaro al agua que al final se rompe.

Nos queda mucho en el tintero y nada raro que en próximas entregas volvamos con más.

riopalo1962gmail.com