sábado, 12 de noviembre de 2011

EL HOMBRE Y LA MÁQUINA

Quien, leyendo el título de esta crónica, se anticipe a pensar que la misma tratará sobre los adelantos tecnológicos y el progreso social iniciados con la revolución industrial, está equivocado.  No nos referiremos a la histórica relación hombre - máquina en sentido general y abstracto, no. Hoy hablaremos del especial y concreto vínculo que tuvo un hombre determinado con una máquina en particular.

El hombre del que nos ocupamos en esta crónica era menudo, flaco, chueco, blanco, lunarejo, con unos bigotitos chocos y menos poblados que los macollos de pelos negros que le salían invariablemente por la nariz.  Andaba siempre enchinelado, siempre con el pelo desaliñado y lleno del polvillo de la cosecha de turno, sea arroz o soya, soya o arroz, a veces sorgo, y trigo, una que otra vez. El hombre, muy humilde, andaba siempre sonriente y de buen humor, excepto las muy raras ocasiones en que le venían sus enojos ‘light’, −una especie de rabia ligera, incapaz de afectar siquiera a un mosquito−, y la infaltable sonrisa de su cara ya no era tan amplia ni evidente. 

Cuando no estaba abajo, en el suelo, con la máquina apagada o funcionando en ralentí, resolviendo problemas a martillazos y a precisos movimientos de llaves chinas, argentinas y alemanas, el hombre estaba arriba, operando a tres metros del suelo, sentado en su sillón de mando, bajo un raído y desteñido toldo, dueño de sus palancas, pedales y volante −dueño también de su galón con agua y su machete−, dominando el panorama, divisando hasta el horizonte, determinando el ancho de las melgas, calculando el corte necesario para completar la tolva, estimando el recorte faltante para llenar la chata, teniendo cuidado de no atropellar una tapa de petos en el cordón vecino…

La máquina, su mejor amiga, de un color amarillo despintado, con partes peladas de color metálico, carraspeaba, tosía, vibraba, se movía de un lado para otro, se zarandeaba, parecía que ya iba a desarmarse, a destartalarse ante la mirada mitad-pánico-mitad-esperanza de sus pobres propietarios. 

La máquina, un raro ente con voluntad propia, un animal de aspecto antediluviano, una mezcla de nave espacial con dinosaurio terrestre, carraspeaba, se quejaba, chirriaba con sonidos metálicos y olor de combustibles y lubricantes  fósiles, propios del centro de la tierra, mientras sus punta-de-ejes se resentían del esfuerzo y se turnaban para no romperse al unísono, sus zarandas se meneaban acompasadamente, su chimango se ponía erecto, como viril miembro mecánico, su motor Mercedes se encabritaba, su caja de cambios se engranaba a saltos, y su molinete, ávido de tallos, de ramas, de hojas, vainas y espigas, giraba sobre su propio eje para empujar las plantas a su garganta.

La máquina era toda una vieja fábrica de fierros ordenados y en sincronía: cabezal, caracol, cuchillas, dientes, dedos retráctiles, cóncavo, cilindro de barras, cintas y cadenas transportadoras para llenar tolvas y tolvas de granos despicados. La máquina era una sinfónica de latas, rodamientos, engranajes, correas grandes, medianas y chicas, todo con una seriedad que no podían disimular ni el variador de velocidad, ni el vergonzoso y coqueto desgonce de sus pequeñas ruedas traseras.

Ambos, el hombre y la máquina, se entendían muy bien, y no vivían el uno sin la otra, ni la otra sin el uno.  Si la una se empacaba, el otro se empeñaba en desempacarla, pues la quería siempre activa, siempre altiva, siempre viva. Si el uno se enfermaba, la otra se ponía triste y esperaba paciente el retorno de su amigo. La máquina y el hombre eran mutuamente dependientes, vivían en simbiosis, en relación de interés recíproco, pues de su trabajo en tándem, en equipo, dependía que ambos estén bien, bien aceitados ambos.

El hombre tenía el feliz nombre de Felicindo Quispe, y la máquina era una Sperry New Holland 1530, comprada con dificultades y con plazo en 1977.  El hombre debe andar por ahí, seguramente aún con la sonrisa a flor de labios, seguramente al mando de alguna máquina moderna, con todo electrónico, hidráulico y refrigerado. La máquina, maravilla de la mecánica, lamentablemente tuvo que ir a parar en manos de alguien que no la merecía, que enturbió una amistad de muchos años y se burló de la memoria del dueño y de su viuda…

Pero esa ya es otra historia, que es preferible no recordar para no manchar la memoria del hombre bueno,  el muy afectuoso y paciente Felicindo, ni de su inseparable amiga, la amarillita, la leve gallareta de los arrozales del norte cruceño…

riopalo1962@gmail.com

domingo, 6 de noviembre de 2011

VECINO GIGANTE


Abra bien los ojos y mire hacia el oriente, más allá de nuestras fronteras, y con mucha facilidad se encontrará con un gigante de nombre Brasil. Gigante en tamaño, economía, comercio, biodiversidad, futbol, playas, garotas y en auto-calificación, Brasil también ostenta el título de gigante del agro-negocio y, particularmente, de la agroindustria cañera.

Estuve ahí hace poco, y no obstante que visito periódicamente ese país desde 1978, y que estudié agronomía allí entre 1981 y 1985, habiendo regresado innumerables veces por trabajo y por turismo, en esta visita a la zona cañera de São Paulo quedé impresionado con la inconmensurable inmensidad de su potencia económica. Ellos son, y lo saben, la primera potencia mundial en producción de caña, de azúcar y de alcohol y, por tanto, también la primera en biocombustibles y energía eléctrica natural.

Brasil es, pues, un gigante. Es uno de los principales productores y mayores mercados en maquinaria agrícola, en biotecnología, semillas, agroquímicos y fertilizantes, y su protagonismo en la cadena agroindustrial incluye ser el campeón mundial en la producción de café, azúcar, jugo de naranja −el desayuno casi completo−, así como también en la producción de soya, maíz y carnes de todo tipo.
Los agro-negocios brasileños generan casi el 25% de su PIB, emplean a más de la tercera parte de su fuerza laboral, y su balanza comercial les es ampliamente favorable, con exportaciones agropecuarias que en los doce meses entre agosto de 2010 a julio de 2011 sumaron más de 85.000 millones de dólares. Y si esas son sus exportaciones, su producción es todavía considerablemente mayor, teniendo en cuenta que también tienen un gigante mercado interno.

Pero, volvamos ahora al área de la agroindustria cañera, y consideremos solo los principales rubros de esta noble sacarífera: Brasil es actualmente el primer productor mundial de azúcar, con unos 37 millones de toneladas en 2011, y segundo productor mundial de etanol (primero en exportaciones), siendo que el 15% de sus agro-exportaciones son de estos dos rubros, lo que les rinde unos 10.000 millones de dólares anuales.

En Brasil se plantan alrededor de 8 millones de hectáreas de caña y se muelen anualmente unos 600 millones de toneladas, lo que les da un promedio nacional de 75t/ha, rendimiento promedio con el que no están para nada conformes. Para procesar semejantes volúmenes de caña, poseen exactamente 439 ingenios sucro-alcoholeros en funcionamiento pleno, y saben que necesitan entre 15 y 20 ingenios nuevos cada año para poder sostener la creciente demanda interna de alcohol y sus compromisos y expectativas como líderes internacionales en el tema.

130 de sus ingenios sucroalcoholeros ya venden energía eléctrica excedentaria a sus propias necesidades de funcionamiento, lo que los brasileños, muy ágiles en el marketing, ya denominan bioelectricidad, pues es producida a partir de bagazo y, ahora, también del rastrojo –la punta de caña y la hojarasca− que otrora se quemaba o se dejaba en campo. De hecho, en el nuevo rubro de la bioelectricidad, los brasileños ya tienen un excedente anual de energía eléctrica que equivale a 3% del total consumido en el país, es decir lo suficiente para abastecer unos 5 millones de residencias cada año. Y sus planes para el 2020, con inversiones que ya están en marcha, son de atender el 15% de sus necesidades internas de electricidad, lo que equivale a tres represas como la de Belo Monte, que cuando esté concluida será la tercera más grande del mundo, pues actualmente está bajo polémica y accidentada construcción.

En el rubro de los biocombustibles, que no es lo mismo que la bioelectricidad, los autos flex ya son casi la mitad de la flota total de vehículos que circulan en ese país, y la tendencia es de crecer mucho más, y en bioplásticos producidos a partir de caña, las 550.000 toneladas métricas que Brasil producirá para 2012 ya lograrán satisfacer el 1% de la demanda mundial de plásticos, con enormes ahorros en emisión de gases de efecto invernadero.

Pero…,¿están los brasileños de acuerdo con que ellos son la primera potencia mundial en caña de azúcar y sus derivados? Creo que no…y con el mismo principio, legalidad y legitimidad con que se elige a una Miss Universo, los brasileños podrían reclamar, si no lo hacen aún, ser la primera potencia galáctica en caña de azúcar, pues aunque ellos y yo somos unos firmes convencidos de que hay vida en otros planetas del universo, más raro sería que la haya y que se produzca caña, azúcar y alcohol en algún otro planeta de nuestra galaxia, en la que los platillos voladores no se mueven a etanol ni son de tecnología flex. En ese sentido, entonces, Brasil es único y número uno, en nuestro planeta, en nuestro sistema solar, y debe serlo también, en nuestra galaxia. Y si no lo es, no importa, igual ellos, desenfadados y enojaopas como son, lo van a repetir hasta que parezca verdad…
Nos guste o no, pues, el pentacampeón planetario del gol, es también campeón galáctico del etanol. Como para tenerlo en cuenta en nuestro pequeño país, donde escasea el gol y la borrachera de poder hacer parecer que abunda el alcohol.