domingo, 20 de enero de 2013

VACA LECHERA II

La vaca lechera, ya lo dijimos la semana pasada, no es una vaca cualquiera. Desde una vaquita gabirú o criolla, guatoca, cuerniaguda y flaquejona, –de esas que llegaron con los conquistadores, se adaptaron a nuestras condiciones y desde Santa Cruz fueron llevadas a poblar las pampas argentinas dando origen a la que ahora es la ganadería más desarrollada de la región–, hasta la pura de raza –sea de origen cebuíno (Gir, Nelore, Brahman), o de la línea europea, que nos llegó posteriormente (holandesa, pardo-suiza, Holstein)–, la vaca lechera no es una vaca cualquiera.

Además de darnos leche con las características que ya publicamos antes, la vaca lechera nos da queso en molde, queso de untar, queso fresco, queso con majablanco, quesillo, cuajadilla, nata, natilla, nata con miel, mantequilla, mantequilla con mermelada de frutilla y unos quesos europeos que huelen a sus pezuñas y que ahora es fino servirlos en las presentaciones llamadas ‘mesas de queso’ con que se homenajea a los invitados en los eventos que se quieren dar aires de alcurnia.

Sin la vaca lechera no podríamos deleitarnos con el arroz con queso, ni con las empanadas de queso, el sonso, los pandearroces, cuñapeces y muchas otras iguarias que se toman con la siesta y en las que Santa Cruz es campeón del mundo.   

La vaca lechera, toda forrada en cuero, es pues una pieza muy fina, no importa si es mestiza, media sangre, tres cuartos o pura por cruce. Si es mestiza, sin embargo, en cualquier grado de evolución a la pureza de sangre, tiene el problema de que no entró en el censo y para eso se tuvo que auto-identificar como llama o vicuña, que ni siquiera son sus primas lejanas.

Pero qué se le va a hacer, estos temas y sus autoridades son más pesados que vaca en brazos, y lo mejor que uno puede hacer es mirarlo con pena, como vaca que ve llover o como vaca que mira pasar el tren, con indiferencia y sin poder casi hacer nada al respecto, como vaca contra el sur y chilchi.

La vaca lechera es, también, garantía de seguridad, aunque la Coca Cola sea más cara que la leche. Si uno quiere vivir bien, si quiere estar permanentemente en épocas de vacas gordas, hay que tratar de volverse vacudo, ya sea por la vía del esfuerzo propio, por la vía del braguetazo o por la de la conquista de una viuda vacuda, aunque sea vejancona.

Pocas cosas hay más reconfortantes que tener la vaca atada, pero por otro lado  la vaca vacante es la que no aparece en el conteo, como no aparece la mestiza en el censo ganadero.  La vaca vacante es, pues, la mía, es decir todas las vacas que me faltan a mí que ando en sentido contrario al que, en señal de abundancia y seguridad, anda con el pasto al pecho y tiene la vaca atada.  ¡Amalaya tuviera yo siquiera una hectárea de vacas!

Es que yo soy de la Promoción 79 de Muyurina, y a nosotros nos regalaron una vaca machorra que hasta ahora –ya van 33 años, la edad de Cristo–, no ha tenido cría.  Pero una vez nomás se capa al toro, y la próxima vaca que nos regale el generoso padrino –que ya nos invitó varias en sucesivos churrascos celebrando sus efemérides propias y las fiestas patrias–, con seguridad parirá tojos, y dos veces al año.

Siendo yo el de la vaca vacante, la que ni siquiera fue vacunada, tengo menos vacas que un conocido mecánico de Montero cuya cara no se parece a la de una vaca sino a las de todas ellas, y por eso se llama “cara de ganado”.

Pero mejor dejémoslo por aquí, por ahora, calmémonos y maduremos que ya nos destetaron. La próxima semana hablaremos sobre la vaca de carne, aunque ella misma sea vegetariana. Mientras tanto, y si le faltó lectura, hojee el libro “El Establo”, disponible en este establog, donde hay un cuento sobre la vaca loca.