martes, 13 de agosto de 2013

CENSO AGROPECUARIO III

Inevitablemente volvemos al tema del censo agropecuario, influenciados esta vez, lo admitimos, por los resultados oficiales del censo de población y vivienda realizado el 2012.

Las grandes dudas que dejan los resultados oficiales, con sospechosas disminuciones de población o crecimientos demográficos relacionados con simpatías políticas o deudas con determinadas regiones y, con la tantas veces repetida costumbre de amañar resultados por presión de dirigencias habituadas a tener el poder político del país, nos hacen prever que lo mismo podría ocurrir con el censo agropecuario.

No se extrañe el lector, entonces, si el departamento de La Paz aparece con más área de caña de azúcar que Santa Cruz y Tarija juntos, o con más ganado bovino que el Beni.  Y no solo eso, sino también con cañas más gordas y dulces, y la perspectiva de una aventura santa y buena con este cultivo sobre el que cruceños y tarijeños seguramente no sabemos nada.

No se asombre si las vacas del Beni aparecen con un cuerno, como el unicornio azul que ayer se me perdió, y los novillos con dos gibas, como el camello o el dromedario, o si la inseminación artificial se registra como que en Santa Cruz se ordeñe a los toros y entonces la producción de leche no cuadre, o se considere muy baja, y se encuentre en esta barbaridad el argumento para decir que son ineficientes esos lecheros cruceños, y que de ahí derive la tesis de inmediata comprobación de que hay que sustituirlos  por hordas organizadas que bajen de la cuenca lechera del altiplano para apropiarse de sus establecimientos.

No se escandalice el lector si los censores, nuestros mensores porque nos hacen de mensos, no reconocen los diferentes tipos de fundos y de medidas agropecuarias porque no han leído El Establo, a pesar de que el libro está disponible gratuitamente en este establog.

Hablando de medidas, ¿sabrán lo que es una fanega, un almud o una guascada?, ¿no pensarán que es una medida disciplinaria como las que usan, aplauden y alientan en la famosa justicia comunitaria, a pesar de que por otro lado la repudian como resabio de tiempos en los que los indisciplinados recibían su arrobita de guasca?

Es preocupante el censo agropecuario porque, a juzgar por el censo de población, es muy dable pensar que oculta obscuras intenciones. El INE, Institución Nefasta de Evo, hace lo que le da la gana y lo maquilla como quiere y luego acusa de opositor y politizador de temas al que ose decir que se equivocaron con intención, que amañaron los resultados, que nos entregaron un fraude diseñado a la medida de quienes no quieren al oriente, quienes nos quieren ver en apuros para darle con cada vez menos dinero las cosas, bienes y servicios, que exigen de inmediato los que recién llegan a estas latitudes descolgándose de sus cerros.

El conteo del INE fabricó nuevos desaparecidos, y ya son más que los que desparecieron en las dictaduras setentistas de todo el continente. Cada vez somos menos, pues, los niños disminuyen pero los gastos en subsidios para su faja etaria aumentan.  Las estadísticas del INE dicen que la mortalidad infantil ha disminuido —una muerte por persona, dijo una vez, burlesco, un alcalde de pueblo—,  pero la población no aumenta.

Al paso que vamos, si mis advertencias se confirman, de lo único que podremos decir que tenemos millones es de las totaquis y torcazas, de los pimpines y ceboíses que se comen inclementemente nuestros granos, tema sobre el que volveremos antes de que lo indaguen los amigos del censo.

Censuramos los censos amañados.  Es de sonzos hacer censos para estimular el disenso y aniquilar toda posibilidad de consenso. Sensu stricto, la ganadería de gatos encerrados parece ser la que más prospera en estos días.

riopalo1962@gmail.com

domingo, 28 de julio de 2013

AP Y AGROPECUARIA

Siempre pensé —y dije—, que la falsa dicotomía entre la conservación y el desarrollo era alentada por los nada santos intereses de algunas personas o sectores empeñados en desvirtuar la utilidad de la primera.
 
De forma concreta, la innecesaria tensión entre áreas protegidas y desarrollo agropecuario es la más fácil de desvirtuar, inclusive en Santa Cruz, donde se concentra la mayor extensión y potencial agropecuario del país y, a la vez, donde se tiene apartado para la conservación un territorio considerable bajo distintas categorías de áreas protegidas.
 
Y es que, si las cosas se hacen y explican bien, es fácil reconocer más complementariedades que contrariedades. Si tanto las áreas protegidas como las áreas de producción agropecuaria y forestal se designan en base a estudios técnicos que contemplan como fundamento la capacidad de uso mayor del suelo, entonces cada cosa se hará en su lugar, el ordenamiento territorial será técnicamente correcto, y todas las actividades humanas tendrán su oportunidad.
 
Aterricemos aún más y veamos, por ejemplo, el caso del Área Natural de Manejo Integrado y Parque Nacional Amboró que, a pesar de su ampuloso nombre, ha sido  sucesivamente sujeto a las ambiciones y maniobras de los politiqueros, y durante toda su existencia no ha hecho otra cosa que librar una encarnizada lucha por ser respetado, no invadido, y aceptado como beneficio por una buena parte de la sociedad.
 
El Amboró, que también alberga agropecuaria propia en el interior de su Área Natural de Manejo Integrado, producción de hortalizas, frutas y cultivo de cereales, y ganadería de ramoneo y trashumancia, mayoritariamente de subsistencia, por si quedan dudas, es un área que favorece la agricultura y pecuaria extensiva comercial e industrial que se realiza fuera de ella, de las siguientes y principales maneras:
 
·         Como fuente de agua, siendo origen de quebradas, arroyos y ríos que bajan generosos y se extienden a lo largo de los valles para permitir el cultivo irrigado de hortalizas, cereales, tubérculos y frutas en su sector sur, movilizando y potenciando una economía que da de comer a buena parte de la población valluna a través de una producción que abastece el consumo propio y a la mayor parte de la ciudad de Santa Cruz.
·         Como repositorios de fertilidad al alimentar constantemente a las terrazas laterales de los ríos, donde se desarrolla la agricultura, con los ricos nutrientes que llegan por estos cursos de agua y que van formando sus suelos productivos.
·         Protegiendo carreteras e infraestructura: ¿Se imaginan ustedes qué pasaría con la carretera que pasa por su sector norte, dirigiéndose de Santa Cruz a Cochabamba, y sus respectivos puentes, si los que ahora son bosques que protegen sus orillas de desbordes de los ríos Yapacaní e Ichilo, principalmente, fuesen peladas dehesas?  ¿Se han preguntado alguna vez qué ocurriría si esos bosques no existieran y, por tanto, no cumplieran su función —servicio ambiental, se le debe llamar—, de moderar la conducta a veces violenta de estos ríos que se generan en nuestras montañas?
·         Brindando protección a sembradíos, cultivos, potreros, campos naturales, plantaciones y aprovechamientos forestales que se encuentran aguas abajo y que serían arrasados anualmente si no existiera la ya mencionada protección que brindan los bosques ribereños y los que cubren la superficie erosionable de sus montañas y llanuras.
·         Más que a los cultivos, crías e infraestructura, es fundamental el servicio de protección a comunidades humanas, mayoritariamente de campesinos y agricultores, que habitan las partes bajas de las cuencas de los mencionados ríos.
·         Regulación del clima local mediante su masa boscosa que capta agua, que absorbe CO2, que genera oxígeno, que modera vientos y atenúa la temperatura, haciendo propicio el ambiente en que se desarrolla la agropecuaria.
·         Polinización de cultivos mediante la protección de una fauna de insectos que se refugian en sus bosques, que liban de sus flores y que se hacen disponibles para la polinización de los cultivos comerciales que se realizan fuera de sus bosques y que dependen de polinización entomófila.  
 
Si se calculara, pues, el monto de dinero que se genera o que se ahorra en agua en Amboró, o en protección de infraestructura, por ejemplo, seguramente se obtendrían números que harían palidecer a los que se generan en similar área de cultivos industriales de llanura.
 
Las áreas protegidas no son un capricho de ambientalistas desvelados que odian el desarrollo, aborrecen a los empresarios o a los campesinos y no los dejan producir en paz.  Las áreas protegidas son una manera sana e inteligente de proteger nuestra producción agropecuaria a la vez que conservamos nuestra biodiversidad, aseguramos el disfrute de los paisajes y beneficios intangibles que nos brindan, cuidamos un potencial reservorio de nuevas medicinas, fibras y cultivos, y creamos una economía paralela con el turismo, entre otros.
 
El problema no son las áreas protegidas. El problema en realidad se da cuando entran en escena factores mal planteados como sociales cuando en realidad son avivadas de politiqueros y traficantes de recursos ávidos de tierra para sí mismos y para dotar a sus votantes. 
 
Y el problema mayor es que de estos hay muchos, cada vez más, y cada vez más prohijados por el poder central.
riopalo1962@gmail.com

domingo, 14 de julio de 2013

LA SEMILLA Y EL ABC

Ya censados y censurados los burros, toca ahora volver a las faenas de producción en campo, campo en el que la selección de semillas siempre ha sido de trascendental importancia, por lo menos en la teoría.

Poco se nos escucha, pero los agrónomos siempre decimos que la producción depende de cuatro factores fundamentales: genética, alimentación, sanidad y cultivo, siempre y cuando el clima no se despelote y se salga demasiado de lo normal y de lo que pudiera ser manejado con el cultivo en épocas apropiadas.

Lo anterior es verdadero para cualquier cultivo, inclusive para cualquier ganadería —y aquí solo tendría que cambiarse el término cultivo por la palabra cría—, pero hoy haremos referencia solo a la genética, esa que viene empaquetada con la semilla.

La semilla es un medio de sobrevivencia de la propia especie o variedad y, por tanto, una semilla encierra toda la información genética que caracteriza a una planta, y una buena semilla debe cargar con los atributos de vigor, pureza varietal, pureza física, germinación, valor cultural, uniformidad y otros que hacen que la vida siga empecinadamente hacia adelante, perpetuándose y sacando a la luz el potencial productivo de la planta.

Es más, aún habiéndose extinguido una especie de su hábitat natural es posible que la especie subsista en bancos de semillas, de ahí la importancia de estos bancos de germoplasma como repositorio del patrimonio natural y modificado en la agricultura.

Con la semilla empieza, pues, todo. Es la génesis, y si se arranca con mala semilla, malos frutos se tendrá, por más que luego uno se esmere en el cultivo, la alimentación y la sanidad, y por más que uno haya hecho coincidir acertadamente las diferentes etapas fenológicas del cultivo con la precipitación y temperatura adecuadas para cada una de ellas.

En cultivos anuales, por ejemplo, la buena semilla no llega a representar más del 10% de los costos de producción, y sin embargo constituye una de las causas principales de los bajos rendimientos.  En maíz, por ejemplo, cultivo que no macollea y produce pocas espigas por planta, el uso de buena semilla es imprescindible para que la población de plantas por hectárea sea la adecuada.  La semilla hace la diferencia, entonces, entre el éxito y el fracaso.

En soya, que es uno de los cultivos en los que la genética ha avanzado más en los últimos tiempos, la biotecnología ha conseguido aumentos significativos en los rindes incorporando en ellas genes de resistencia a insectos y a herbicidas que les han permitido expresar un mayor potencial. Recientemente, países como Argentina han incursionado ya en la incorporación de la tecnología RRBt a sus mejores variedades, y esperan subir sus rendimientos en más de 10%.  Como se sabe, la agregación de estas características significa dar resistencia a un herbicida que de otra forma le sería letal, así como incorporarle resistencia a lepidópteros, varios tipos de gusanos y lagartas, para los cuales disminuirá la necesidad de control químico, con sus consecuentes beneficios en costos y contaminación al medio ambiente.

Claro, permanecen todavía las reservas sobre posibles consecuencias futuras con el uso de estos materiales transgénicos, y desde el establog nos manifestamos favorables de una política suficientemente prudente pero no totalmente restrictiva al respecto.

Los transgénicos seguirán avanzando inexorablemente, los materiales RRBt anunciados comenzarán a usarse en la región norte argentina, cerca de nuestra frontera, y en breve tiempo, estamos seguros, ingresarán a nuestro país. Deberemos, entonces, tomar las precauciones necesarias para que esta tecnología nos beneficie y no nos perjudique.

Los materiales transgénicos ya están presentes en varios cultivos, inclusive en la caña de azúcar. Pero en este rubro, en Bolivia seguimos todavía bastante atrasados, y no es hora de pensar en transgénicos si ni siquiera hemos aprendido a usar semilla de buena calidad.

Y por eso es que no entiendo a mis amigos cañeros que no consideran la semilla —en este caso, siendo la caña de propagación comercial vegetativa, al decir semilla decimos esquejes o estacas de caña, es decir segmentos del tallo con tres yemas —,  como parte trascendental de lo que podría ser el éxito o el fracaso de sus plantaciones.  En ningún cultivo industrial es esto más importante que en la caña, que no es un cultivo anual y se planta para que dure al menos cinco años, matando la posibilidad de corregir anualmente un posible error en la selección inicial de la semilla.

No obstante esto ser tan claro, sin embargo lo común es que el cañero elija para planta el material que más cerca se encuentre de su nuevo chaco, el que va a plantar, sin importar si la semilla proviene de un semillero cultivado para dar el mejor material posible, sano, puro, sin mezclas, de caña hoja y de una edad no mayor a doce meses, mejor si diez.

Esto es parte del ABC de la agricultura, y lo lamentable es que algunos ya conocen la X, la Y, y la Z, pero no han aprendido todavía el ABC.  Esto es como querer meter el segundo gol antes del primero.

riopalo1962@gmail.com

domingo, 7 de julio de 2013

CENSO AGROPECUARIO II

El Censo Agropecuario a realizarse próximamente está dejando, como dijimos la anterior semana, una serie de dudas y preguntas. Esto, quizás porque nos hemos perdido las explicaciones, porque no las entendemos, o porque dudamos de sus buenas intenciones.  Cualquiera sea el caso, nosotros lo decimos ahora, porque hay que dudar antes, no solo dudar después, cuando uno ve que los resultados son interpretados en contra de uno o su región. 

Las dudas, pues, a menudo no vienen por falta de información sino más bien por exceso de ella.  Han sido muchas las veces que desde el centro de poder más alto del mundo capaz de hacer temblar a los Estados Unidos y a media Europa, se han organizado diagnósticos y mediciones que luego nos han traído como consecuencia medidas correctivas y soluciones para problemas que no teníamos antes de que los que nos vienen a civilizar en comisiones nos hayan empezado a medir.

Quizás por eso haya sido que, en la década de los sesenta, un alcalde norteño y su asesor, con su gran y sabrosa sabiduría criolla, hayan despachado a un ministro preguntón con la respuesta de que la mortalidad infantil en la región estaba, nomás, normal: "una muerte por persona", y que le hayan rematado con la contra-pregunta de cómo era en La Paz. 

Ya sabemos que los encuestadores serán locales, y no tengo dudas de que ya se conoce la boleta, pero eso es lo de menos. Lo incierto y preocupante, en definitiva, es lo que harán con los resultados del censo.  Eso es, realmente, lo grave, porque ya sabemos —aunque no comprendemos—, que no existe buena voluntad para con el productor, pues parece que se considera pecado que éste quiera producir alimentos y ganar dinero.

¿Es malo ganar dinero?  ¿Es malo producir alimentos? Y cuando no se gana, cuando se pierde o empata, cuando los precios de los productos están bajos, que suele ser la mayoría de las veces, ¿les importa saberlo? ¿Se harán esta pregunta los sabios que manejen la información resultante del censo?

Dudo antes, abro el paraguas antes de que llueva porque ya ha llovido antes, y porque cuando más se lo nieguen, más hay que dudar.

Como regla general, yo recomiendo que toda vez que, sin que nadie se lo solicite, un funcionario de gobierno empiece a explicar cosas y a negar posibilidades futuras de medidas económicas preocupantes, uno debe creer exactamente lo contrario de lo que diga el funcionario. 

Ahora, si en su afán de aclarar cosas sin que se le haya pedido, el funcionario se chipa más de la cuenta y dice cosas como “no es por falta de mala voluntad”, ahí yo le recomiendo que usted se ponga a temblar, pues el funcionario habrá dejado en evidencia su inconsciente, y lo que estaría mostrando precisamente sería un exceso de mala voluntad.  Exceso de mala voluntad o exceso de falta de buena voluntad, para chiparlo más y quedar casi como cuando el Chavo dice que algo ocurre por “falta de ignorancia”.

No son gratuitas y sin fundamentos las dudas.  A menudo hay exceso de mala voluntad y casi siempre hay falta de ignorancia.

Por ambas, y además por que en las alturas creen que lo saben todo, me temo que pueda pasar algo similar a lo que me tocó criticar ya una vez, hace más de una década, cuando constaté que en un inventario nacional de gases de efecto invernadero, el de metano lo habían sobreestimado porque los pobres inventariadores asentados en las alturas no sabían que el arroz cultivado en Bolivia —en Santa Cruz, básicamente—, no era irrigado, era mayoritariamente a secano, a temporal, y por lo tanto no emitía todo el metano que nuestros eternos civilizadores habían calculado con el simple recurso de multiplicar el coeficiente de emisión de metano de una hectárea de arroz —fórmula importada de cualquier otro lado, donde el arroz sí es irrigado—, por  la cantidad total de hectáreas sembradas con arroz en Bolivia. 

El inventario era, en ese caso, pues, como su nombre lo indica, un invento, como alguna vez dijo un buen amigo maderero sobre los inventarios forestales.

Por eso es imprescindible la consulta y participación de los que saben, como las universidades o los colegios de profesionales, el de ingenieros agrónomos entre ellos.  El tema es que ahora también se oponen a los colegios…el término suena muy académico y eso asusta y espanta a los burros.

riopalo1962@gmail.com

domingo, 30 de junio de 2013

CENSO AGROPECUARIO

Se viene el Censo Agropecuario 2013 y, al respecto, las preguntas que tenemos son más de las que el propio censo tendrá registradas en sus boletas. 

Sobre la mecánica del censo, uno se pregunta…¿cómo se hará el censo?, ¿qué área cubrirá cada censor —que no debe ser lo mismo que cesante ni censurador?,  ¿qué preguntarán?, ¿querrán verificar lo que pregunten, o darán por buenas las respuestas que reciban?  ¿Será un censo sin censura, o será un inventario de bienes inventados?

Precisamente sobre lo que medirán también hay miles de preguntas, pero aquí solo ponemos algunas, por falta de tiempo y espacio, y escogemos las más simples, como para reírnos un poco de las posibilidades y combatir la tensión que el censo puede estar creando…

Se ha dicho que se registrarán también las maquinarias e instalaciones. Entonces… ¿irán a contar las rejas, tranqueras y mataburros? Si lo hacen, que tengan mucho cuidado ¿Querrán saber sobre los palos de gallinero? Si lo hacen, que lo hagan con mucho cuidado. ¿Irán a contabilizar los millones de kilómetros de alambrado adquiridos a puro esfuerzo privado? ¿Irán a registrar lo no alambrado para avisarles a los que andan buscando dónde meterse? ¿Contarán los aeromotores, los silos, los chorizos blancos, los noques, atajados, bretes, corrales, las bolsas, los azadones, palas y machetes, las bicicletas, las bombas de agua, los galpones, las letrinas, las horquillas, los rastrillos, las guadañas, los tachos, las pirguas y los trapiches?

¿Contarán los establos?...yo tengo uno, aunque muy urbano y tan conversado que con la entrega de hoy ya van 78 reuniones semanales en este nuestro muy urbano y rural establog.

¿Contarán los pluviómetros?, yo tengo uno, pero en la ciudad.  A pocas horas de cumplirse los primeros seis meses del calendario 2013 —no del año agrícola—,  mis registros son los siguientes: enero 93,3 mm, febrero 70 mm (enero poco, febrero más poco aún), marzo 167 mm, abril 176 mm, mayo 199,5 mm (marzo loco, abril locango, y mayo más loco aún), y junio  115,5 mm (sin contar la que está cayendo hoy en Hamacas y que yo estoy observando caer desde mi hamaca desde hace un par de horas), lo que hasta aquí hace un total de 821,3 mm y me da como resultado un medio año un poco loco.

Y cuando pregunten sobre la producción…, ¿querrán datos de las gallinas muertas y sus precios de gallina muerta?, ¿estarán interesados en lo que dicen los pollitos?, ¿contarán a las medias naranjas, que en el llano tenemos por docenas?, ¿nos chuparemos todos un limón?, ¿indagarán sobre lo que se quedó sin sembrar y lo que se quedó sin cosechar?, ¿consultarán sobre las gallinas  que se comió el zorro, sobre las vacas que les picó la víbora, se comió el tigre o se llevó la sequía, la inundación y/o la bestia peluda del abigeato?

Y cuando consulten sobre las tierras, ¿preguntarán quién hizo el esfuerzo de habilitarlas para el cultivo o la cría?, ¿querrán saber quién las ha defendido de los invasores de lo ajeno, de los amigos del mínimo esfuerzo, de los comedidos con lo que ya está hecho?, ¿averiguarán  quiénes se han mantenido fieles y firmes tanto en años de bonanza como en décadas de vacas flacas?, ¿estarán interesados en saber qué pasaba cuando la caña, el arroz, el maíz y la soya  no valían nada? Querrán saber los brillantes y supuestos responsables de que los precios internacionales de los ‘commodities’ se hayan acomodado que desde siempre hubo gente que estuvo allí y aquí aguantando el chaparrón, el aguacero y el diluvio antes de que los que miden conozcan siquiera la palabra ‘romeplow’?   

Cuando se terminen de contar las hectáreas de cada cultivo, las cabezas de cada ganado, la maquinaria, las instalaciones de las haciendas y las de la industria relacionada, y la infraestructura, ojalá sepan que donde más se produce es  donde está la gallina de los huevos de oro, y que es donde más hay que apoyar para que la ponedora no se muera, para que su producción no se caiga porque es la que le da de comer al país, que no somos una Venezuela Saudita donde —aunque les debiera dar vergüenza—,  lo pueden comprar todo de afuera.

Cuando se termine de medir todo, ojalá que todo se traduzca en una correcta asignación de recursos a las regiones, que todo resulte en una correcta y actualizada reasignación de escaños parlamentarios, y los potros y los padrillos pasemos a ocupar los curules que nos corresponden. Que se tenga mucho cuidado al contar los burros, que no se olviden de los que se subieron al corredor, que no hagan pasar dos veces a la misma tropa de vacas, que cuenten las cabezas y no los cuernos.

Que se mire con cariño y no con odio o envidia a donde está la agricultura y donde está la pecuaria extensiva que depende de la agricultura porque se alimenta de granos o sus subproductos. En otras palabras, que se mire con justicia a donde se produce el alimento que depende del alimento, el cerdo y el pollo que dependen del grano, o del alimento balanceado que se produce donde se produce el grano.

Ya está por llegar el censo, open las tranqueras!, se quiere saber how many vacas y cuántos toros somos los torazos.  Ya llega el censo, y Acragilo Cagaroli está aquí, listo, esperándolos.

riopalo1962,@gmail.com

domingo, 23 de junio de 2013

UN OSCAR PARA OSCAR

Si consideramos que la serie iniciada dos semanas atrás sobre los piropos rurales se interrumpió porque tuve que viajar y porque me regalaron un libro, podríamos concluir que los viajes y los libros perjudican a los piropos.  Nada más falso, sin embargo, pues pocas cosas inspiran tanto, pocas cosas sacan de uno la creatividad y audacia tan necesarias para hacer piropos como los viajes y los libros. Y en mi caso, solo las curvas del cuarto posterior de las muchachuelas generan más ganas de decir piropos que los viajes y los libros.

La interrupción de la serie, por tanto, no se debe a estos dos factores y, pensándolo bien, la crónica de hoy es más bien un piropo en sí misma, aunque esta vez no va dirigida a muchachuelas del campo o la ciudad. Hoy hablaremos sobre Oscar Alvarado, hombre recto y sin curvas.

Recibí ayer el libro “Oscar Alvarado, Emprender con Valores”, y antes de que se cumplan ocho horas de recibir el regalo ya me había leído sus doscientas cincuenta páginas, pletóricas de ejemplos que sirven de inspiración para abordar el trabajo de campo sin descuidar los valores. Rumiado el libro, hecha la digestión y completado el ejercicio metabólico, entonces, algo me sugirió que la crónica de esta semana debería ser escrita al respecto.  Por algo somos, pues, el blog del hombre de campo.

Pero, ¿quién fue Oscar Alvarado? Antes del libro, yo solo tenía de él referencias breves pero llenas de admiración que me transmitía mi hermano, que me regaló el libro y que tuvo la dicha de trabajar con él.  El libro, sin embargo, me ofreció una semblanza que, sin ser, seguramente, completa, me acercó todavía más a su dimensión de gigante empresario del agro, sembrador de esperanza, gran cultivador de principios virtuosos y cosechador infalible de éxitos por doquier.

Oscar Alvarado fue un hombre simple, católico, familiero, amiguero, trabajador incansable, de ideas innovadoras y de empuje arrollador, un cuatro por cuatro como tres y dos son cinco, un líder único. Oscar Alvarado fue un hombre de campo argentino que, en su país y fuera de él,  capitalizó la familia y la amistad agrupando a una pléyade de pioneros —colono, prefería llamarse él mismo— para, aumentando la escala en sus operaciones agropecuarias, hacer la diferencia, creando una empresa que llegó a ser la mayor organización de siembra del mundo: El Tejar. Una empresa integradora, desarrollada con ingenio para tratar de hacerle frente a la burocracia que viaja en la tortuga de Mafalda, a los impuestos y las retenciones abusivas.  Para contar la historia como realmente es y desvirtuar el cuento de que el éxito de la soya se debe al precio más que al empresario. Para regalarnos la  siembra directa a la que no nos atrevíamos a pesar de que la conocíamos desde la década de los cuarenta. Para empujarnos al gerenciamiento y a matar el mito de la imprescindibilidad de poseer tierra y maquinaria propias…

Un hombre que se hizo en los caminos, que se crió en medio de los grupos CREA a cuyo prestigio contribuyó desde su primera fila, desde la trinchera misma, enfrentando la desidia y la desunión que a veces acecha al hombre de campo, encarando frontalmente a quienes desde posiciones políticas adversas a la producción o desde la cantaleta crónica de que su miseria se debe al éxito de otros abominan al empresario agropecuario y, víctimas eternas, se refugian en la inercia perversa de los bloqueos, de la mano de gobiernos que por no saber hacer lo hacen todo al revés.

Oscar Alvarado fue el protagonista principal de la segunda revolución agrícola argentina, una revolución que tuvo que expandirse hacia otros países y que inclusive nos llegó a Bolivia, país donde hizo escuela y que le respondió a la altura, país donde Alvarado sembró, cultivó y cosechó y donde surgió un club de fans que trata de mantener en alto su inconfundible legado de trabajo creativo, arduo e integrador.

Desde este blog, guardando las distancias, que son siderales, pretendemos aportar al agro un poco del pienso y la inspiración de las que estuvo hecho el mundo de Oscar Alvarado. Y, aunque muchas veces me han dicho que nadie lee, y menos en el agro, yo me resisto a admitirlo e insisto en traer al establog pensamientos, ideas y experiencias que valen la pena, tratando de aportar aunque sea solo con unas cuantas sonrisas que nos mantengan en la busca de las alegrías con las que se construye la felicidad.

La lectura del libro, y compartirlo brevemente con ustedes me produjo uno de esos raros momentos de felicidad. No es común que le regalen a uno un libro, y menos en nuestro medio, de manera que cuando el milagro ocurre, uno se conmueve hasta el mero tuétano, hasta la mismísima médula.  Por eso pido un Oscar para Oscar.

riopalo1962@gmail.com

domingo, 9 de junio de 2013

PIROPOS RURALES

¿En qué difieren los piropos que se dicen en el campo de los que se dicen en la ciudad? En mucho, pues los mozos del campo tienden a hacer alegorías y a florear sus versos con componentes de la ganadería o los cultivos de los que se rodean cotidianamente, a involucrar en sus afanes de conquista propuestas materiales que incluyen los productos de su trabajo, y a comparar al objetivo de sus piropos con elementos de su entorno natural.

En la ciudad, en cambio, nos rodeamos de cemento y vehículos, cada vez nos llenamos más de bienes y servicios pero nos vamos quedando vacíos de inspiración, y nuestros piropos salen insípidos, inodoros, insaboros e incoloros y, a la vez, paradójicamente, cada vez más vulgares y obscenos.

Lo que en la ciudad suena ordinario en el campo, sin embargo, suena muy fino. Pero eso, me parece, que a las peladas de la ciudad y el campo no les importa, sobre todo si el piropo es dicho desde un descapotable —convertible creo que se dice— o desde un tractor o un caballo, respectivamente.

Y aunque en el campo se pasa muy rápidamente a la propuesta y la acción, muchas veces ahorrándose los prolegómenos del piropo, todavía es posible escuchar a vaqueros, chacareros, mozos y patrones haciéndose los galantes y ofreciendo los frutos de su inspiración, de su morbo y romanticismo, a muchachuelas y vejanconas, según sea la urgencia.

En el campo todo es menos rebuscado, aunque no siempre ordinario ni de mal gusto, todo es más espontáneo y directo, casi siempre dicho con poca amortiguación y anestesia.  Sin eufemismos, pues, ni a la hora de piropear.  Lo que mostramos a continuación no pretende ser un catálogo completo ni mucho menos, porque la imaginación y la inspiración son inagotables y siempre producen cosas nuevas. Es apenas un muestrario de ocurrencias en forma de piropos que hemos venido escuchando a lo largo del tiempo en nuestras andanzas por ambas bandas del río Palo.

Veamos, entonces, una breve muestra del repertorio campestre, comenzando por los piropos más dulces e inocentes para ir in crescendo a medida que la libido y la ordinariez se le van subiendo al camba.

Con un piropo largo, de los que se pueden permitir en el campo donde el tiempo pasa más lento, comienza de forma constructiva y ofreciendo seguridad el camba que corta hojas de motacú, que ya tiene varias rastradas listas y le dice a la pelada que pasa: “Ya está listo nuestro Duralit, mañana compro el ladrillo pa’ las paredes, el mosaico pa’ el piso y el azulejo pa’ el baño y nos vamos a vivir juntos, negrita”.

Otro, sabedor de la importancia que tiene la religión para las peladas del campo, se quiere aprovechar del tema y le lanza a una un piropo que da cuenta de su propia devoción: “Bendita sea la vaca de la que sacaron el cuero para hacer las abarcas del cura que te bautizó”.  La pelada, entonces, invitó al camba a Misa y a este no le quedó otra que chuparse el sermón.

No se sabe si en represalia por el sermón o si en un súbito cambio de estrategia, pero el camba de pronto va subiendo de tono, y ya empieza a hacer proposiciones más directas y dirigidas —al grano—, llevando a la pelada hacia la parte que más le interesa: “Boquinga dulce de melau, vení dale una lamida a mi empanizau”.

Las menciones a partes del cuerpo de la moza no se hacen esperar, y el camba, hecho el romántico,  saca a relucir los ojos, la sonrisa, los dientes, el pelo, los lunares, las manos, las piernas y muslos, los morocos y tobillos, las ancas, el coto y hasta los sobacos de la muchacha. Hecho el delicado, por lo menos al comienzo, se queda en los brazos y le dice a una que se encontró en la tranquera: “Que brazos más velludos, choquita…, si así son las provincias, cómo será la capital, ¿no?”.

Las invitaciones para ir juntos a determinados lugares son, también, muy comunes, y aquí se ofrecen dos que aprendimos en una gira reciente por la zona de Agua Rica, donde quedan algunos de los últimos cambas puros y, por tanto, donde la sinceridad y las rebuscadas rimas del camba siguen siendo proverbiales: “Te espero en el paúro, pa’ ayudarte a sacar tu agua, ¡te lo juro! El otro, ya más persuasivo, fue escuchado diciendo: “Vamos, negra, si de una llevadinga al río no te vas a embarazar”.

No nos quedamos para saber el final de la historia, pero no tenemos dudas de que se terminaron yendo al paúro, y al río, y que tanto va el cántaro al agua que al final se rompe.

Nos queda mucho en el tintero y nada raro que en próximas entregas volvamos con más.

riopalo1962gmail.com

domingo, 2 de junio de 2013

AGUAÍ

Durante unos cuatro años publiqué en la revista dominical de El Deber una colección de descripciones de especies de nuestra flora nativa, principalmente, reduciendo al mínimo posible la formalidad de la ciencia, e ilustrando mis textos con comentarios de la actualidad para convertirlos en una especie de ligeras y entendibles crónicas botánicas.  Hoy vuelvo a las andadas con esta descripción del aguaí.

La Enciclopedia del Oriente Boliviano, editada en 2010, y de la cual tuve el honor de participar contribuyendo a su parte botánica, dice lo siguiente:

Aguaí chico. Bot. SAPOTACEAE. Chrysophyllum gonocarpum (Mart. & Eich.) Engl., árbol de hasta 10m de alto; hojas con el envés claro; frutos globosos, de 1.5-2cm de diámetro, de color amarillo, resinosos, con varias semillas rodeadas de una pulpa gomosa de sabor dulce aunque no muy agradable.

Aguaí grande.  Bot. SAPOTACEAE. Pouteria gardneri (Mart. & Miq.) Baehni, árbol frondoso de hasta 10m de alto, con tallo leñoso; hojas lanceoladas de 20-30cm de largo; los frutos son drupas piriformes del tamaño de un durazno, con cáscara dura y esponjosa, mucronados apicalmente, de color amarillo rojizo, pulpa blanda comestible.

La Guía de los Árboles y Arbustos del Bosque Seco Chiquitano, de Jardim, Killeen y Fuentes, también registra dos especies de aguaí, uno de ellos el aguaí grande, al que describe detalladamente, y sobre el que en sus partes más generales dice que es una especie que se distribuye en Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay,  que crece sobre suelos ricos, en bosque ribereño, florece en septiembre y octubre, y fructifica en noviembre, dando unas bayas con exocarpo coriáceo, de hasta 7 cm de largo. 

Germán Coímbra Sanz, don Chichi, por su parte, dice algo parecido, pero más bonito:

Sobre el aguaí chico, dice que es un árbol de mediano porte, que tiene un fruto amarillo cuando está maduro, y que lo comen algunos animales salvajes.  Ya sobre el aguaí grande, don Chichi dice que es un árbol elevado, cuyos frutos del tamaño de una manzana son fraganciosos y dulces, y algunas personas los comen. Y añade que, según las tradiciones chiriguanas, existía una especie de aguaí venenoso al que no podían acercarse ni hombres ni mujeres, porque les causaba la muerte. Agrega, finalmente, que las plantas no crecían a su alrededor y que la especie —según cuentan—, se extinguió a fines del siglo XIX.

De mi parte, sin acercarme ni alejarme demasiado de las descripciones anteriores, describo ahora el aguaí gigante, especie nueva.

Aguaí gigante o aguaí sucro-alcoholero. Bot. SAPOTACEAE. Emilium colamarinum et al., (Mor. & Mor.), árbol industrial perenne, de más de 50 (sin cuenta, no tiene cuenta) metros de alto, de tronco grueso, vigoroso, bien ramificado, madera fina, gran productor de semillas, de frutos pulposos, de agradable sabor azucarado y fuerte dejo de alcohol —de ahí su nombre de aguaí sucro-alcoholero.  Planta moderna, altamente evolucionada, de mecanismos hidráulicos, poderosa caldera para producir energía, extracción por difusor, enormes tanques de almacenamiento y automatización total de controles.   

El aguaí sucro-alcoholero es, pues, un árbol descomunal. Al describirlo, como cruceño, como fanático de la agroindustria de la caña de azúcar, y amigo de la botánica, me congratulo de esta nueva especie que resulta  del ingenio de sus creadores, y es en sí mismo un ingenio, el Ingenio Sucro-alcoholero Aguaí, y le auguro mucho éxito, porque el éxito de uno es el éxito de todos.

Como cruceño enamorado del norte chico, del campo, de  la caña y, a la vez, como trabajador de la Corporación UNAGRO, que porta desde sus orígenes una genética inclusiva y participativa, con la responsabilidad social empresarial en el ADN corporativo, felicito a Emilio, Ángelo, Rosy y Antonieta, y a sus socios en este nuevo emprendimiento, que engrandece a la región, que es un homenaje a la industriosidad del hombre cruceño,  que enaltece a sus familias y a sus progenitores, y que se constituye en una nueva fuente de empleo y desarrollo para una zona del norte que se hizo a punta de integración y que merece seguir punteando el liderazgo agropecuario del país.

De mi parte —reitero—, los invito a sumarse a los esfuerzos conjuntos para llevar esta agroindustria a los más altos estrados  de producción y calidad, a evitar colectivamente los escollos —que no es lo mismo que evitar a los collos—, a alentar una competencia sana y enriquecedora, y a seguir construyendo el norte que soñaron nuestros padres y abuelos, y que ellos mismos nos dejaron todavía a medio desarrollar.

riopalo1962@gmail.com

domingo, 26 de mayo de 2013

SERMÓN SEREBÓ

Internacionalmente se nos conoce como los de la ISSCT, la International Society of Sugar Cane Technologists, a nivel de América Latina como los de ATALAC, Asociación de Técnicos Azucareros de Latinoamérica y el Caribe, y a nivel nacional como los de ATACBOL, Asociación de Técnicos de la Agroindustria Cañera de Bolivia.  El mejor nombre es el nuestro, el local, pues da verdadero valor a la caña de azúcar, que es la materia prima de la cual se obtiene no solo azúcar.

No soy tan viejo, pero ya hace 22 años que tuve el honor de presidir el comité organizador del Primer Encuentro de Técnicos de la Agroindustria Cañera Boliviana y además, tuve la honra de quedar elegido entre los cinco miembros de su primera directiva.  No soy tan joven, tampoco, pero aún recuerdo nuestras discusiones respecto al nombre de nuestra naciente institución, y los argumentos esgrimidos para no llamarnos asociación de técnicos o tecnólogos azucareros, pues la industria ya entonces era más que azúcar.

De todas maneras, con cualquier nombre institucional, sea nuestro ámbito global, regional o nacional, somos lo mismo. Somos lo mismo pero somos distintos, no solo por el nombre o la jurisdicción geográfica sino, sobre todo, y lo digo por primera vez, por el diferente nivel de conciencia de clase profesional que tenemos sus distintos miembros si nos comparamos con los técnicos del exterior.

Unos organizamos simposios, otros encuentros, otros congresos, todos participamos de los eventos con ganas de aprender cosas nuevas, de ver trabajos de campo diferentes, de rever a los colegas, de echarle el ojo a las azafatas, y si es con viaje al exterior, —no lo neguemos— de tirar algunas canas al aire, si se presenta la oportunidad.  En eso, somos casi todos iguales, en lo que diferimos, reitero, es en el nivel de conciencia de clase técnica o profesional.

Somos muy parecidos, nos une la caña de azúcar, nos une nuestra proveniencia de ingenios azucareros y alcoholeros, de gremios productores de caña, de centros de investigación, de ejercicio profesional independiente, de casas comerciales especializadas, pero nos separa, nos diferencia, repito,  la falta de conciencia de clase especializada.

Crecimos todos, o la mayoría, en medio de cañaverales, de cañales, cañamelares o cañaduzales, —según quien lo diga—, nos desarrollamos chupando caña, algunos machucándolas en los postes de los alambrados, o en el borde del corredor, o en la bomba de agua, o en la esquina del romeplow, otros pelándolas prolijamente a machete y cortándolas en blancos cañotos, otros quebrándolas en la rodilla y luego trapicheándolas, como hace el zorro, para recoger su jugo en la boca, la camisa y la barriga.  En eso también somos muy parecidos, en lo que nos diferenciamos, lo vuelvo a decir, es en el nivel de conciencia de la clase profesional, técnica y científica a la que pertenecemos.

Todos, o la mayoría, hemos tenido alegrías y dolores de cabeza con la caña de azúcar y su proceso, sabemos lo que es haber correteado para apagar lotes que se estaban quemando, o para apurar la entrega de la caña una vez que se quemaron, nomás, los tablones.

Todos, unos más que otros, hemos renegado con la Diatraea —que no es la diarrea—, y el picudo, o con el salivazo, o con el gusano blanco, o con todos a la vez.

O nos hemos impacientado con parejas de malezas como la Rogelia y el maicillo, la bremura y el cebollín, la terrace tapu y  el chiori, para las que, a falta de carpida o cultivada, hemos tenido que preparar bombas de herbicidas.

Cualquiera de nosotros en más de una ocasión, seguramente, se ha metido en tablones pavimentados con el mosaico producido por el virus del mosaico de la caña de azúcar, oxidados con la herrumbre pulverulenta de la roya, carbonizados con los látigos negros y amenazantes del carbón, o con cañas flacuchentas y desalentadas por el raquitismo de las socas.

Todos nos hemos enojado alguna vez con el surco pandingo o mal tapado, o con el corte alto, como a caballo, que pierde en el  corte —dejando kilómetros de caña en el chaco—, y en el rebrote —que será imperfecto. 

Todos hemos entrado alguna vez a un cañaveral con la aprensión y el recelo de toparnos con una víbora, o con el cuidado de no pisar un tigre, esos amorfos bultos overos de colores amarillo y café oscuro que los trabajadores de campo suelen dejar como pringajoso y oloroso recuerdo en los primeros metros del entresurco de los cañales.

Todos, o casi todos, alguna vez nos hemos sentido frustrados con la sacarosa baja, o con la fibra altísima, o nos hemos alegrado con el rendimiento en hoja y nos hemos decepcionado con el rendimiento en la primera soca. 

Todos hemos perdido alguna vez la paciencia con las colas en los ingenios, o nos hemos descuidado con el estacionamiento en el campo y hemos perdido valiosos puntos de sacarosa por mala planificación. Como en lo anterior, en esto también los técnicos de la agroindustria cañera somos idénticos.

Algunos todavía tuvimos la oportunidad de ver trabajando los trapiches de palo y las mordazas, nos admiramos con la curvatura de los espequis, vimos hervir las pailas de metralla, manipulamos las espumaderas, conocimos el barreno, las hormas y petacas de azúcar, y nos pringamos hasta el jopo con el melao artesanal que se compraba en tinajitas de barro en las molienditas. En eso, seguramente, también nos parecemos.

Muchos nos hemos reído de esa variedad que algunos abuelos llamaban de tumbatoro cuando era una Coimbatore, o nos hemos confundido con la B37161 creyendo que era el número del carnet de identidad del capataz, o del contratista, o el número de la placa del Chevrolet.  La mayoría hemos conocido variedades como la Cayanna, la Java, la criolla, la listada, la morada, la Campos Brasil, la Canal Point, la Louisiana, la Norte Argentino, etc. Muchos nos hemos deleitado con la CB 38-22 y hemos fortalecido la dentadura con la NA 56-26, o nos la hemos aflojado con la RB 72-454. En esto nos parecemos mucho, pero diferimos, una vez más, en la conciencia sobre nuestro rol como técnicos.

Algunos tuvimos la suerte de conocer a los John Deere 720 —altos, zancudos, buenos para cultivar caña cuando esta ya estaba por cerrar, o cerrada—, o hemos conocido las chatitas metálicas con perfil en forma de trapecio con que se inició la industria, o nos hemos colgado de chatas Campra —azules—,  o Apache —amarillas—, para tironear las puntas más gruesas que sobresalían de los antiguos paquetes de caña larga y fresca que precedieron a la cosecha mecanizada de caña corta. Casi todos hemos conocido los juegos de cadenas y las hemos hecho un bollo para tirarlas de un solo envión a la carrocería de los camiones, para devolverlas al ingenio. En eso también nos parecemos mucho entre nosotros.

Quien más quien menos ha achacado al vecino —y lo que es peor, a la vecina de asiento o cabina—, al pasar por un ingenio y oler a jarubichi, en los tiempos en los que los ingenios olían a jarubichi y nos regalaban toneladas de hollín como para no sacar en esos días las camisas y sábanas blancas a secar al sol. Otros somos tan militantes de nuestra agroindustria que hasta al caldo de caña le ponemos azúcar mientras que, por otra parte, algunos hemos sido tan exagerados con nuestras dietas que al jugo de caña le ponemos edulcorante. En eso somos igualitos.

Varios de los que estamos aquí hemos ido muchas veces a la Fiesta de la Caña, hemos tendido nuestras camisas para que las pisen las candidatas a reina, hemos bailado con Pavichi y hemos salido con varias botellas de cerveza entre pecho y espalda, dando tumbos más de una vez.  Varios hemos elegido reinas pero no nos sentimos reyes de ninguna aristocracia que vaya más allá de la pertenencia y el afecto por el ingenio, el barrio, la asociación, la federación, la cooperativa o la ciudad.

Sin aspavientos, entre gente común, hemos sido una realeza de parroquia, de arrabal, de chaco, de haciendas normales, de un tractor, un arado, una rastra y tres chatas.  Hemos sido una realeza de sueños, de ilusiones, de mucho trabajo, de sol a sol, hemos sido reyes sin reino, a pesar de lo que digan los que no le saben al baile.

Algunos de los que están aquí son miembros dudosos de esa sacarocracia incierta que solo ven los sociólogos trasnochados pues, en Bolivia, las tradicionales familias cañero-azucareras nunca alcanzaron estatus de aristocracia como lo hicieron en el Caribe, principalmente Cuba, Puerto Rico y República Dominicana, o en Centroamérica, o en Brasil, Argentina y Colombia.  Y con todo esto, igual nos parecemos entre todos los locales.

Pero aquí empiezan también nuestras diferencias con los de afuera, donde sí hubo sacarocracia y, por tanto, se creó conciencia de clase, tanto social como técnica. Y por eso, entre otros factores, sus industrias crecieron comparativamente más que la nuestra, prueba irrefutable de que las élites son necesarias pues engendran y son parte de la conciencia de clase que se identifica con un recurso —la agroindustria cañera, en nuestro caso—, y la entienden hasta dominarla y sentirla suya, hasta hacer carne en ella, y la llevan a estratos superiores de productividad, de prestigio, de orgullo y de identidad.

Lo dicho es también prueba de que nosotros, los aquí presentes, necesitamos y tenemos condiciones para erigirnos como élite del sector, y que el elitismo no tiene nada que ver con la sangre real o aristocrática, ni con la burguesía o las oligarquías que ven los acomplejados burros subidos al corredor, sino con el conocimiento y el trabajo, con el haber elegido un rubro diferente en el que somos los que más sabemos y podemos aportar, y en el que los otros, los que quieren legislar al respecto,  al respecto no saben nada.

Pero, volviendo al tema, en lo que más nos distinguimos de los colegas del exterior, sin embargo, es en el nivel de conciencia que los técnicos de la agroindustria cañera boliviana hemos alcanzado respecto a nuestro rol técnico y político, que es aún muy bajo. 

En otros países, los técnicos de la agroindustria cañera son más tenidos en cuenta, son consultados y escuchados, de ellos se espera la información que ayude y fundamente la toma de decisiones políticas.  De políticas técnicas, industriales, comerciales, ambientales y sociales, porque ellos son los que saben, y porque ellos también lo hacen saber a la sociedad.

Nosotros, los locales, casi no tenemos voz. Pasa este evento y cada cual vuelve a lo suyo, a producir, y en el ajetreo del día a día nos olvidamos de nuestro rol social de generadores y orientadores de opinión sobre nuestra especialidad, con datos y criterio técnico.  Si no nos llaman, cosa que siempre sucede, no vamos, ni mandamos decir, no nos hacemos notar en el ámbito técnico político en el que somos tan necesarios.

Dejamos que otros decidan, sin consultarnos, sin saber del tema, a 1000 km de distancia y a 3600 m de altura, una altura con bajezas, y por eso la cosa va de mal en peor.  Por eso se crean leyes y decretos desubicados, orientados más a dividirnos que a resolver problemas técnicos, sociales o ambientales con los que nuestra agroindustria pueda florecer, alimentar, energizar, electrificar y movilizar mil años más a nuestra región y a nuestro país.

Menos mal que la caña de azúcar es noble y por cuarto siglo consecutivo sigue siendo el cultivo del futuro, cada vez con más propiedades, con subproductos y derivados nuevos, con nuevas funciones y perspectivas. Menos mal que la noble sacarífera nos da tiempo de reivindicarnos,  y todavía estamos a tiempo —seguimos a tiempo—, para hacer escuchar nuestra voz.

Estas reuniones o simposios son ocasión para el intercambio técnico y social, pero también deberían ser oportunidad para darnos cuenta de nuestro rol técnico mayor: el de orientar a los políticos y politiqueros —los tomadores de decisión—, la mayoría de los cuales no le entiende al mambo. 

Ojalá que esta reflexión, dicha seriamente con humor, o humorísticamente con seriedad —pero nunca con solemnidad—, llegue como un campanazo que despierte nuestra conciencia de clase técnica y social.  ¡Gracias!

riopalo1962@gmail.com

domingo, 19 de mayo de 2013

SEMANAS VOMITIVAS

Todas las semanas, sin falta, alguien me cuenta de nuevos escándalos y horribles casos de corrupción en los que estarían involucrados los más altos dignatarios del Estado Plurinacional, incluidos el Presidente, el Vicepresidente y algunos ministros y ex-ministros.

Todas las semanas, sin falta, me hablan de propiedades y sociedades de tierras que las autoridades adquieren sin poner un peso, a cambio de sus buenos oficios para acelerar trámites o resolver a favor de los dueños líos agrarios —a veces—, o a cambio de dinero contante y sonante —otras veces.

Todas las semanas, sin falta, mencionan participación de dichos altos dignatarios en empresas que venden camionetas, camiones y tractores, de diferentes marcas, y me dicen que es vox pópuli, que todo el mundo lo sabe, menos yo.

Todas las semanas, sin falta, les respondo a los que me lo cuentan que lo que me dicen es muy difícil de creer, y que si es como dicen, y si los casos son tan numerosos y descarados, entonces ¿por qué no se denuncian públicamente esos supuestos casos, sobre todo si la oposición pudiera aprovecharlos para hacerla pasar mal a los gobernantes —tan honestos que dicen ser ambos?

Todas las semanas, sin falta, los que me traen los chismes me dicen que no lo hacen porque no tienen pruebas físicas, que los gobernantes actúan por medio de testaferros, palos blancos y fusibles de mandos medios, que los que lo saben todo tienen miedo a represalias, que el gobierno tiene a todos agarrados de los huevos —de las bolivianas, para mayor claridad—, y que todos los que podrían decir algo prefieren callar porque tienen cola de paja.

Todas las semanas, sin falta, yo paso del júbilo a la tristeza con este tipo de información.  Me produce júbilo enterarme que los de la actual situación, de los que soy franco opositor sin partido, son peores que los que criticaron, y que están haciendo cosas que más temprano que tarde los van a tumbar —de ahí el júbilo. Pero luego nomás me produce mucha tristeza pensar que seguimos en lo mismo de siempre y que no hay quien se anime a decirlo porque tienen las voces embargadas, y nada pueden hacer sin tenerlas que pagar personalmente —de ahí el silencio cómplice y mi tristeza.

Todas las semanas, sin falta, pienso en cómo hacer yo mismo para que todo lo que me chismean sobre los supuestos corruptos se divulgue a todo nivel, dentro y fuera del país.  Todas las semanas pienso en cómo actuar sin que, por hacerlo, los que tiene el poder me fabriquen un caso de la nada, me hagan engrosar la lista de terroristas, me tiren pichicata por encima de la barda y me acusen de pichicatero, me manden a un maleante a sueldo a que me ajuste las tuercas, los tornillos y las cuentas, o me manden a uno a que se equivoque conmigo y con mi familia.

Todas las semanas, sin falta, busco referentes que me ofrezcan algo de claridad de pensamiento y, sobre todo, que me hagan sentir todavía algo de esperanza por mi país.  Esta semana, como casi todas las semanas, Mario Vargas Llosa volvió a darme la clave. Casi como dirigiéndose solo a mí, dijo: si los mejores no hacen política, la política cae en manos de los peores”.

Todas las semanas, sin falta, los políticos me hacen dar arcadas, esas espasmódicas contracciones abdominales que preceden el vómito.  Esta semana, sin embargo, dignificando  un poco su profesión, la senadora Rebeca Delgado reveló entretelones sobre la re-reelección, y sacó a bailar al que se sienta a la izquierda de dios bagre, uno que tiene el cuero más grueso que el mismo bagre, un revoque al que no le pasa ni la bala.  Esta semana, entonces, el duelo fue entre Rebeca Delgado y Revoque Grueso, el cuerudo que sabemos que hay que revocar.   

Todas las semanas, sin falta,  estos temas de maleantes, de gente sin ética y sin escrúpulos, me dan ganas de vomitar… ¿tendré que llamar a Lanata para que venga, investigue y denuncie?, ¿tendré que dedicarme yo mismo a la política, la investigación y la denuncia?, ¿o tendremos todos que seguir recurriendo a los antieméticos nomás?   

riopalo1962@gmail.com