domingo, 25 de marzo de 2012

EL NUEVO BOOM DE LA CAÑA

Vengo ya tres semanas seguidas escribiendo sobre la caña, hablando sobre algunas de sus enfermedades y plagas, y sobre la gran necesidad de hacer investigación y tener a mano variedades adaptadas al medio. Ya son tres semanas que vengo escribiendo sobre el cultivo de mis amores, el que produce en mi corazón los más rápidos latidos −bum, bum, bum−, y el que en estos tiempos vive un nuevo boom.

Y es que, ya sea como bum o como boom, el cultivo de la caña se encuentra viviendo una nueva y expansiva explosión.

A nivel internacional, la demanda por biocombustibles y energía eléctrica, aparte de la tradicional demanda por azúcar,  está haciendo que aumenten de forma significativa las inversiones en el cultivo y su industrialización.

Por eso es que en esta columna, y unos veintipico años antes de ella, cuando trabajábamos en investigación en caña, ya decíamos que no es correcto −ni justo ni cabal−, hablar de la industria azucarera cuando la caña nos da productos tan diversos como azúcar, alcohol, abono, ración para alimentación animal, papel, energía eléctrica, biocombustible, bioplástico,  y muchos otros subproductos, entre los que se incluye el ajinomoto.

Con tantas posibilidades económicas, y siendo la especie sacarífera un portento de eficiencia en la conversión de la energía solar, no es extraño que el avance de la ciencia reflote a este viejo cultivo como la estrella del siglo 21. Su condición de cultivo semiperenne, con buena cobertura del suelo, con gran producción de materia que puede volver al suelo para mantener o mejorar la fertilidad y hasta la estructura del suelo, por otro lado, hacen que el de la caña sea considerado un cultivo propicio para estos tiempos en los que ya necesitamos cuidar al planeta.

De yapa, el tipo de manejo que ya la ciencia ha desarrollado para el cultivo permite evitar la quema para cosecha o para eliminar el rastrojo, con lo que, si se quiere, se puede evitar gran parte de la contaminación ambiental que ella todavía produce a nivel de campo.  De la misma manera, siendo la caña altamente exigente en agua, una gran consumidora de agua dulce, su competencia por este elemento con el hombre se está trabajando en la investigación a través de varias formas de manejar su demanda de agua, incluyendo la producción de variedades tolerantes a la sequía.  En estos esfuerzos, ¡oh gran escándalo!, la biotecnología, esa ciencia que produce las variedades transgénicas, está también haciendo  su parte.

La caña, pues, está nuevamente en su auge, en un boom que produce mucho bum, bum, bum en los corazones.

Hasta ahora, la producción de biocombustible de caña, es decir el etanol o el alcohol anhidro con el que alguna vez abastecimos nuestros vehículos en Bolivia, se viene haciendo a partir del caldo de la caña, en un proceso denominado “de primera generación”.  La novedad ahora, mi general, es la producción de biocombustible “de segunda generación”, es decir el etanol celulósico que se puede producir a partir de rastrojo y el bagazo de la caña, restos de la cosecha y la molienda de la caña que  representan hasta dos tercios de su biomasa. Esta tecnología no ha sido probada aún en términos de viabilidad económica, pero no tenga dudas usted que con el tipo y tamaño de los jugadores involucrados (Shell, British Petroleum o BP, Petrobras y DuPont, entre otros), pronto, pronto, vamos a ver este tipo de industrias floreciendo por todas partes, inclusive Bolivia.

En Brasil, el súbito interés en la caña que se les ha despertado a las grandes multinacionales del petróleo ha hecho que algunas de ellas ya hayan empezado a asociarse a cañeros e industriales sucro-alcoholeros, a comprar ingenios y a gastar fuertes sumas en la investigación de este recurso.  Y también se han empezado a producir alianzas entre grandes empresas de ese país. La semana pasada, por ejemplo, se supo que una alianza para la producción de bioplásticos con los cuales el boom adquiere aún mayor plasticidad y explosividad−, entre Braskem y Tigre, ya puso el plástico de caña en el mercado de la construcción civil.

Son, pues, tiempos en los que definitivamente se tiene que empezar a hablar de la agroindustria de la caña de azúcar, dejando atrás su limitada referencia como industria azucarera.  Los cañeros, eso sí, seguirán siendo, orgullosamente, cañeros, sin importar mucho si de su materia prima se fabrica azúcar morena, barcina, baya, blanca, alcohol de cualquier tipo, plásticos, papel, o si solo sirve para fabricar taquiraris, mitos y leyendas, o para coronar reinas y dar de qué hablar a habladores como los que frecuentamos este establog.

Esperemos que el éxito de este cultivo maravilloso continúe, que el boom y el bum, bum, bum sigan y no se conviertan en un sonoro ¡bororón!, que es como suena  cuando se cae  el camba…

riopalo1962@gmail.com