domingo, 24 de febrero de 2013

¿ENERO POCO, FEBRERO LOCO?

Me confieso un apasionado cultivador de los dichos o refranes en general, pero sobre todo de aquellos que hacen referencia a la meteorología.  A mi entender, son sentencias que atesoran una sabiduría popular muy valiosa y eterna, además de que suelen ser bonitísimos juegos de palabras, de creativas rimas, y grafican muy bien situaciones comunes en nuestro medio, principalmente el medio rural y el provinciano, con su olor a tierra mojada.

Es una joyita, por ejemplo, lo que dicen los benianos respecto a la conducta de las aguas en sus inundaciones anuales, que en las primeras oleadas “remojan”, en las siguientes “rellenan” y finalmente “rebalsan” los suelos esponjosos de sus extensas llanuras.  Es igualmente poético y sabio el dicho que dice “cielo encapotado, sur asegurado”, o el verso del mismo autor de estas líneas que con bastante menos calidad dice que “cuando hay un sur en puertas, esa sí es señal segura: o te sudan las pelotas, o te duelen las coyunturas”.

Como aficionado superficial a  la meteorología, siempre me gustó el dicho —todo un concepto, más bien—, de “enero poco, febrero loco”, al referirse a las lluvias, significando que si en enero llueve poco, febrero será loco, y lloverá mucho, dicho que, como comprobaremos, se dice quizás más como consuelo del agricultor que como constatación sistemática  de que así sea o así haya sido en la realidad.

Por eso me siento como un bárbaro destruidor de mitos sagrados, casi como un vulgar profanador de tumbas, cuando me pongo a analizar las lluvias de enero y febrero de una localidad del norte cruceño, en una serie de 27 años, y descubro que no es tan así, que no son tantos los eneros pocos, ni tan pocos los febreros locos.

Sin meternos en análisis ni cálculos estadísticos complicados, establezcamos arbitrariamente un par de premisas aclaratorias, una de tipo cualitativo y otra de tipo cuantitativo:

·         El dicho “enero poco, febrero loco” quiere decir que el año que en enero llueve poco, en febrero llueve mucho.  No quiere decir que enero es siempre poco y febrero es siempre loco.
·         Para decir que un mes llovió poco, deberá haber llovido cuando mucho la mitad del mes acusado de loco.  En otras palabras, en el mes loco deberá llover por lo menos el doble que en el mes poco.
Con esas premisas lógicas ya establecidas, y de una simple mirada a los datos de la serie indicada, se pueden sacar, sin embargo, observaciones que indican que lo que postula el dicho ocurre con muy poca frecuencia:

·         En la serie analizada, de los 27 años que van entre 1982 y 2008, los eneros pocos y febreros locos, se dieron solo tres veces, los años 1982, 2001 y 2002. Esto quiere decir que solo en tres (3) eneros llovió menos de la mitad que en los febreros del mismo año.
·         El dicho “enero poco, febrero loco” se comprobó, pues, en solo el 11% de las veces, poquito más que una décima parte de los años analizados. 
·         Si consideramos todos los meses en los que en enero llovió menos que en febrero —sin considerar que haya llovido la mitad o menos, que es lo que establecimos  como premisa—, los años que cumplieron con esta condición fueron 12, es decir 44,4%, todavía menos de la mitad de los años estudiados.
El dicho se pone, pues, en entredicho. En efecto, la cosa es más bien al revés:

·         Los años en que el mes de enero fue más loco que el febrero del mismo año, pues llovió el doble o más del doble, fueron seis (6) en total (1987, 1989, 1991, 1996, 1999, y 2008), exactamente el doble de la situación indicada por el dicho, haciendo un total de 22% en que enero fue más loco que febrero.
·         Y los años en que llovió más en enero que en febrero son 15, un 55,5% del tiempo estudiado.
 Lo anteriormente indicado ya le permitiría a uno animarse a decir que el dicho debería ser “enero loco, febrero poco”, invirtiendo el orden de la locura y la pocura.  De yapa, y como uno podría ya imaginarse:

·         El promedio de enero es superior al de febrero (237,8 mm y 195,0 mm, respectivamente), lo que muestra una diferencia de solo 42,8 mm entre ellos, entre sus promedios, en los que o ambos fueron poco o ambos fueron locos. 
·         La diferencia de precipitación entre enero y febrero en los promedios de la serie observada es de apenas 18%, lo que no da para decir que un mes sea poco y el otro loco. 
·         Tanto en promedio como en frecuencia de meses más llovederos y menos llevaderos, es enero el que le gana en locura a febrero…
Por cómo va este año, sin embargo, el dicho podría ser “enero poco y febrero poco”, o “enero poco y febrero igual”, que traiciona la rima pero suena más irónico.

Yo creo que no, que no hay que cambiar el dicho original, que la sabiduría antigua es mayor que la que propone este somero análisis. Podría ser que el dicho no hace referencia a una sola y única localidad, que su origen se deba a observaciones en toda la región, o que la serie a analizarse deba ser más larga —más extensa—, para obtener datos que puedan configurar una normal estadística.

O quizás el dicho no sea local, y haya sido importado por alguno de nuestros abuelos de otra región del mundo.  Habría que averiguarlo, despejar todas las dudas y posibilidades expresadas en el párrafo anterior antes de seguir metiéndose con tan sagrado mito.

De mi parte, yo de todas maneras ya me siento mal.  Me persigno, pido perdón, y me salgo a mi alero a mirar si las hojas de los ambaibos están volcadas, si han retoñado los hormigueros, si se ven surcos de cazadoras, o si se divisa alguna apasanca cruzando el camino en señal de que el tiempo va a cambiar.  Si no veo esas señales, prometo ya no meterme con esos datos, o mitos, mejor dejarlos sagrados nomás, como los son desde que nuestros trastatarabuelos miraban al cielo con la esperanza de que les llueva café.

riopalo1962@gmail.com