domingo, 18 de noviembre de 2012

CARNE Y HUEVOS

Concluida la semana pasada la segunda serie sobre caña de azúcar que se publica en este establog, abordamos ahora temas más livianos, ya metiéndonos en el clima de las vacaciones de fin de año.  Y empezamos con una anécdota que me ocurrió este año, en un almuerzo que me tocó pasar fuera de casa…

El letrero a la calle anunciaba la poco común fusión de un frial y una churrasquería, siendo el primero una venta de carne, y la segunda un restaurante especializado en carnes, al parecer un negocio redondo, cuyo círculo se cerraría por completo si el propietario también fuese ganadero, cosa que ignoro.

Aunque el pueblo era en el que me había criado, por la hora ya avanzadita de la siesta no convenía que me arrimara a la casa de algunos de los parientes o amigos de mi pueblo a buscar descaradamente el almuerzo, por lo que decidí parar a ver qué se podía comer en el tal negocio híbrido de carne y carnes.

Estaba ya con bastante hambre, y tenía ganas de comer un buen bife por lo que, apenas se acercó la empleada, sin carta alguna en la mano, le pedí que me preparara un bife a caballo, es decir montado por dos huevos fritos.

Ahí empezó Bolivia a mostrarse con todo su esplendor: La empleada me dijo que el dueño le había dicho que no le toque la carne. Le y me pregunté, entonces, cómo era posible que en un negocio de carnes, ya sea como frial o como restaurante, no hubiese carne como para preparar un bife. La empleada respondió que la carne estaba encargada, es decir que ya tenía dueño, y que el señor se enojaba si ella la tocaba, es decir si le metía mano para ofrecérsela a los comensales del restaurante. Le insistí, sin embargo y, ante su silencio, no me quedó otra que preguntarle qué otras opciones tenía.  Me respondió, entonces, que me podría ofrecer el plato del día, un guiso de papalisa, o un par de platos más, también guisos, como saice y asado en olla. 

Al parecer no había para qué seguir preguntando, las órdenes eran categóricas, no había que tocarle la carne al dueño, el empresario frialero-churrasquero quien, por supuesto, no se encontraba en el lugar para reclamarle o persuadirlo de que dejara a la empleada y a la vez cocinera tocar la carne, por lo que opté por la papalisa. 

La papalisa me gusta mucho, desde antes de que se anunciara como el equivalente criollo del viagra, y me pareció una buena alternativa. Eso sí, ya que la sirven normalmente con arroz, exigí que viniera acompañada del mismo par de huevos fritos que había pedido con el bife montado.

—Entonces traeme una papalisa con un par de huevos fritos—, le dije a la empleada y agregué: —¿O te ha dicho el señor que no le toqués los huevos?

No sé por qué pero la empleada no respondió, de inmediato se escabulló por el local atropellando sillas y mesas y se fue directamente a comprar los dos huevos a la pulpería de al lado, mostrando nuevamente a Bolivia y a mi pueblo en todo el esplendor de su especialidad máxima: La improvisación. 

Mi esplendorosa patria, y sobre todo mi hermoso pero ya ajeno pueblo, me volvieron a mostrar su brillo cuando la empleada me trajo la cuenta y me cobró un boliviano por cada huevo, la quinta parte de lo que cobran por un huevo en cualquier restaurante michi de la capital.

Carne, huevos, papalisa, viagra criollo y Bolivia se confabularon en mi pueblo para regalarme una sabrosa anécdota de la cual la empleada es la indiscutible reina, y yo el destronado rey…

¡Viva Bolivia y vivan los bolivianos, todos, sean mestizos, petizos o sumisos!  Estas cosas no saldrán en el censo, pero son las que hacen de nuestro país uno de los más singulares del planeta...