lunes, 30 de abril de 2012

RECUERDOS DE ALGODÓN (III)

Dijimos la semana pasada que una desafortunada maniobra comercial había sido la que había derivado en el fracaso del algodón, cultivo que hasta ese momento se había perfilado como el rubro del futuro, el que haría despegar definitivamente al agro cruceño. No es justo, sin embargo, atribuir toda la culpa a la mala maniobra cuando en realidad el estrepitoso fracaso se debió a una combinación explosiva de inflación, devaluación de la moneda, aumento de los intereses bancarios, incremento de los costos de producción, escases y alza del precio de la mano de obra, disminución de los rendimientos de campo y, finalmente, una situación comercial de exportación que resultó mal y puso a todo el mundo en su sitio.

Aunque los primeros factores –inflacionarios, crediticios, productivos y de mano de obra− no fueron de ninguna manera menores, el más nocivo fue, sin embargo, el de una exportación que fracasó, como se lo trata de explicar a continuación en un solo párrafo:

Se hizo una venta a futuro, se acordaron formalmente precios con los compradores internacionales y se empezó a entregar gradualmente la producción comprometida. Mientras eso ocurría,  la economía global cambió significativamente como resultado de la crisis del petróleo de 1973, el precio del algodón subió a más del doble del que se había pactado con los compradores, y los nóveles algodoneros bolivianos, animados por un decreto que imponía un precio mínimo de exportación, decidieron colectivamente exigir que se reconozca a su favor parte del aumento del nuevo precio internacional, reteniendo las entregas pendientes.  Los compradores, por supuesto, no estuvieron de acuerdo, lograron con sus influencias diplomáticas embargar la producción pendiente de entrega y en una negociación posterior −solicitada sino implorada por los algodoneros−, consiguieron mantener el precio acordado originalmente.  Para esto, el gobierno tuvo que emitir una resolución reglamentaria del decreto indicado, estableciendo una fecha de inicio para la vigencia del precio que habían fijado.  De yapa, gran parte del algodón retenido se malogró por falta de condiciones de almacenamiento, por lluvias y hasta por un fatídico incendio, y la pérdida de los algodoneros se agravó aún más.

Cabe decir aquí que las exportaciones se hacían vía ADEPA, la Asociación Departamental de Productores de Algodón, donde estaban aglutinados todos los algodoneros y donde, siguiendo el modelo de la institucionalidad cruceña, la más competente del país, se acumulaba la mayor capacidad sobre el rubro. Con muy buen criterio, se había decidido que ADEPA tenga a su cargo la comercialización, por un tema de escala y mayor conocimiento pero, evidentemente, en este caso dichas virtudes no fueron suficientes para evitar el error.  

Como consecuencia de ello, muchos colgaron prematuramente el diploma de algodoneros, las siembras del rubro disminuyeron significativamente,  y los agricultores se quedaron con maquinaria inútil para otros usos, y con desmotadoras trabajando a media fuerza y convertidas en ambientes ideales para criar ratas y telarañas…    

La genial ocurrencia de exigir la modificación de los precios acordados, aunque pudiera parecer justa por las circunstancias relatadas, no funciona en el comercio internacional, que no se caracteriza por su apego a la justicia y se guía exclusivamente por la letra muerta y fría de los contratos. Por si fuera poco, la idea de no entregar la producción comprometida fue mortal, un gravísimo error en el proceso de aprendizaje del por entonces inexperto e ingenuo sector agro-exportador cruceño.  Puertas que se nos empezaban a abrir entonces se nos cerraron de pronto, y el mundo nos mandó el claro mensaje de que no teníamos aún escala para ponernos a jugar a hacer boicots, y nos hizo saber bien nítidamente que los boicoteadores, los hábiles usuarios de la diplomacia del poder,  ya eran y seguirían siendo otros, sin que hubiera lugar para recién llegados del oriente boliviano.

Aprendimos, pues, por la vía dura y a porrazos, que aunque lo mismo pesa un kilo de plomo que un kilo de algodón, nuestro peso en el concierto mundial de lo que ahora se llama el agro-negocio es ínfimo y, aunque todos somos iguales, algunos son más iguales que otros.

Así fue como el impetuoso comienzo del algodón tuvo su primer accidente y como esta agroindustria quedó entre algodones, malherida, lastimada, como en terapia intensiva, luego de su debacle del año 1973.

Nuestra tierra, sin embargo,  sigue siendo buena para el algodón, y ya han vuelto a visitarnos breves ciclos de impulso a este cultivo. Seguimos siendo pequeños pero ya no tanto, y como dicen que una vez nomás se lo capa al  toro, esperamos que ya no vengan tiempos peores.

Todavía son muchos los que recuerdan, seguramente, la historia del algodón.  Todavía están vivos muchos de los heroicos protagonistas de esta historia y podrán, con certeza, elaborar mucho más de lo que lo hemos hecho en el establog en tres mezquinas entregas.  Hay todavía mucha tela de algodón para cortar, pero eso lo dejamos para mejores sastres pues nosotros apenas podemos poner parches y prender botones.

riopalo1962@gmail.com