domingo, 23 de septiembre de 2012

SUR DE GUAYARÁ, AGUACERO DE SUR

Con paciencia aguardo que alguien del gobierno tope mi apuesta sobre el TIPNIS con la que me haré millonario  y, mientras tanto, echado en mi hamaca, comento sobre los fenómenos meteorológicos recientes…

Con un sur de Guayará (aporte de Johnny Zalzer a la nomenclatura del viento norte) soplando por varios días, y más intensamente que nunca, dizque con ráfagas de hasta 80 km/h, ya era hora de que la sopladera se modere, pues iba a terminar deforestando la mitad de la arborización citadina, tumbando bardas, aplastando autos y dejando sin postes, sin crucetas y sin cables al vecindario. La tierra se le entraba a uno hasta por las rendijas de la memoria y la conciencia, y la ventolera era tan fuerte que llegó hasta Brisbane a suspenderle la bata a la duquesa de Cambridge, doña Kate Middleton, mostrando por fin lo que nos habíamos quedado sin ver en la revista francesa. Ya era hora, pues, de que Eolo guardara su baquitú, para tranquilizar a los cruceños y evitar la furia del imperio británico.
Se moderó, entonces, Eolo, el que sopla fuerte, Señor de los Vientos, dueño de una bolsa de tempestades, a la nochecita del martes, y a las 04:30 del miércoles, hora oficial de mi casa en Hamacas, pude percibir el comienzo de una chilchina sesgada por el sur  que me hizo lamentar, medio en broma medio en chiste, el no tener que levantarme para mi caminata matinal de las 05:45. Seguía yo en la incertidumbre, en medio de sueñitos cortos, cuando se desató el aguacero y mi preocupación pasó a ser otra distinta a la de la famosa caminata: verificar los estragos que dejan las goteras de un techo de jatata que ya es un chararaqui y que no solo debiera proteger el piso que cubre, con los estantes de mis libros, sino que debiera cubrir también el piso de más abajo, con sus habitantes, mis hijos.
Diluvio y todo, sin embargo, hay que ir a la escuela, y los muchachos y yo estuvimos listos a la hora de siempre, las siete, y nos mandamos cambiar con el agua ya casi a la altura del capó hacia el colegio a donde, por andar con prudencia en calles totalmente anegadas y negadas de drenaje,  llegamos más tarde de lo habitual, tocándonos parquear lejos del portón de entrada.  La mojazón fue, entonces, inevitable, y a mí me tocó de ida y vuelta pues, llueva o truene, no cambio mi hábito de acompañarlos hasta la puerta y esperar rogando a Dios por ellos hasta que se pierden de mi vista. 
La tromba de lluvia siguió todo mi viaje de regreso hacia Hamacas, donde no hice escala y me dirigí ya nomás a la oficina, por ahí por el quinto anillo. Llovió y llovió toda la mañana y a la mitad de ella supe que había que recoger nomás a los muchachos, tarea que quedó a cargo de mi mujer.  Llovió y llovió hasta que cayeron 210 mm, según supe 36 horas después, pues no existe el hábito de ofrecer a la opinión pública los datos de precipitación.  Al parecer en este caso la lluvia fue tan fuerte, sin embargo, que el dato se le salió al meteorólogo oficial por una gotera. Acabo de enterarme además, esta vez por una filtración y por datos de un particular, que la tormenta del miércoles había sido la más tremenda de los últimos sesenta años, record para el mes de septiembre, y más aún si tenemos en cuenta que lo llovido cayó en un tercio de lo que dura un día. 
210 mm en ocho horas no es poca cosa: Imagine usted que echa 210 litros de agua en un recipiente de un metro cuadrado; esto producirá que se levante una columna o capa de agua de 21 cm de altura, lo que no se puede llamar una lámina.  Y si, de yapa, encima del agua que se precipita sobre su territorio, le llega a usted el agua del vecino, y el vecino es un canal colector taponado de basura y desbordado en consecuencia, puede ser que fácilmente usted quede en su acera, su calle y su avenida con una inundación que le llegue al carajo, que es más o menos la misma altura de la parte superior del guardabarros de un 4x4.
Fue tremendo, bárbaro. El palo de agua fue superior al calculado para dimensionar las bocas de tormentas y las alcantarillas.   Quizás no haya superado la capacidad de desagote de los canales, que en pocas horas ya estaban vacíos, limpios y secos, pero sí fue suficiente para superar la capacidad de los encargados de atender el tema, que se descuidaron con la limpieza y lograron que cada puente se convierta en un dique.
La extensión de canales de la ciudad merece un departamento municipal dedicado exclusivamente a ellos, 365 días al año, noche y día.  Y no solo para limpiarlos y hacerles mantenimiento.  También para aprovecharlos en secos, abriéndolos de manera programada al uso de los muchachos en sus bicicletas, para ofrecerlos oficialmente a concursos de creatividad, o para colocarles chorros de agua con luces de colores que acompañen como ornamento a las avenidas, y para ahuyentar de paso a los topos que han hecho de ellos sus dominios. 
La limpia baba de Dios Padre mandada por San Pedro llegó como una bendición para los que ya no queríamos saber de la ventolera, para los que deseamos el bien a los agricultores, para los que tenemos jardín y vivero, y para los que pedíamos a gritos que nos cambien la dieta de tierra. Pero no fue ninguna bendición para la buena gente que perdió la vida, con todo respeto, ni para quienes perdieron sus escasos bienes. Ni fue una bendición para el alcalde, a quien la tormenta no le ha sido de ninguna ayuda en estos momentos en los que no le hace falta recibir ni ofrecer más tundas públicas…
Hoy es 23, y mañana 24, y harán 202 años desde que este departamento decidió emanciparse de la Corona española. Su ciudad capital, Santa Cruz de la Sierra, se fundó en 1526, hace 486 años, en febrero.  Hace poco más de 200 años que vemos llover en el departamento, y casi 500 que vemos llover en la ciudad. Esperemos que la fecha de vencimiento de ambos no caduque antes del año 3000, y tratemos de vivir en paz por lo menos hasta entonces.