domingo, 12 de febrero de 2012

AGRICULTURA INDUSTRIAL

¿Ha oído usted hablar de la agricultura industrial?  Yo, por lo menos, la conozco desde mis tiempos de universitario, en Brasil, allá por el primer lustro de los años 80.

Wikipedia la define como “aquella agricultura que se centra en la producción masiva de un solo producto pero lleva un alto nivel de tecnificación y necesita una alta inversión de capital, energía y otros recursos, requiriendo normalmente trabajo externo y ayuda de especialistas”. Wikipedia también duda de su sostenibilidad, por su alta dependencia de combustibles fósiles y por su tendencia al monocultivo, y termina diciendo que la agricultura industrial se practica en los países desarrollados e industrializados.

Lo que Wikipedia no dice, entre otras cosas, es que la agricultura industrial no se limita a los países desarrollados y en Bolivia, que no lo somos, también la practicamos.

Claro, en mis tiempos de estudiante universitario la agricultura industrial se practicaba en nuestro medio con lo mejor de tecnología que a los agricultores bolivianos −casi siempre yescas y atrasados−, les era posible disponer en ese momento, una tecnología que no era ni la sombra de lo que existe ahora.

Desde entonces, el agro-negocio y la globalización se han intensificado, los chinos se han reproducido como chinos y a la vez han abierto su economía y mejorado su poder adquisitivo, lo que ha ampliado la demanda mundial de alimentos significativamente.  Desde entonces, el descubrimiento de nuevos materiales y los avances en investigación y desarrollo, con mucha presencia de la computarización y los satélites, han permitido que la tecnología alcance niveles que por entonces eran −e incluso hoy siguen siendo−, inimaginables. Desde entonces, la agricultura boliviana ha recibido el aporte de capitales y know-how provenientes de países más tecnificados, y ahora a nosotros también nos es posible ver en acción algunos de los últimos gritos y tendencias de la tecnología.

La agricultura industrial que se maneja hoy en día utiliza una maquinaria a la vez poderosa, precisa y eficiente, estudiada para abarcar grandes áreas a la vez, y para tratar bien al suelo y la semilla, comandada generalmente por mandos computarizados vinculados por GPS a información satelital. Gracias a estos satélites, −y no a mis hormigas cazadoras ni a mis ambaibos meteorológicos−, el agricultor industrial de hoy puede saber cuándo día más día menos, le va a llover y cuánto, e inclusive puede ya hacer llover, sin necesidad de practicar desaforadas danzas.  Gracias a la tecnología, el agricultor industrial de hoy puede practicar la siembra directa, que le conserva humedad, le cuida el suelo de la erosión  y hasta le ahorra agroquímicos, aunque para ello tiene que echar mano de las aún no muy bien entendidas ni comprendidas variedades transgénicas.

La agricultura industrial que se maneja hoy en día es una agricultura de precisión, tanto en el campo, a la hora de contar las semillas, las plantas, las vainas y los bichos, como a la hora de planificar los costos, por ello han surgido también nuevas técnicas de gerenciamiento, y tanto el crecimiento horizontal como el vertical se pretenden alcanzar con cada vez menor cantidad de personal y, a la vez, con mayor cualificación del mismo.

Ahora se pretende hacer una agricultura con la menor dependencia posible de mano de obra, y ya se conocen en países como Estados Unidos experiencias extensivas y exportadoras que no necesitan salir a buscar apoyo laboral fuera de la familia.  Sí,  ya existen casos en los que familias de cinco miembros trabajan miles de hectáreas siendo ellos mismos los que preparan el terreno, los que siembran, cultivan, cosechan, almacenan y comercializan, basándose en los avances de la tecnología.

Así, son contemporáneos nuestros los gringos que en un mismo día se pueden subir a un tractor para jalar un implemento ligado a una estación base  que comanda y modifica milímetro a milímetro la profundidad de trabajo e informa las especificidades en cuanto a humedad y luego subir a una cosechadora en la que decenas de sensores funcionan para asegurar que no se pierda ni un solo grano. Y son de estos tiempos y de esta vida los gringos que operan sembradoras de 40 metros de envergadura y se desplazan en gigantescas y súper eficientes pulverizadoras que parecen modernos monstruos antediluvianos corriendo por las praderas, todo con computadoras de abordo que informan, regulan y delatan todo.

Existen, pues, granjas completas y de dimensiones exportadoras que pueden ser íntegra y exclusivamente operadas por los miembros de la familia, tres o cuatro personas que incluyen a la madre, que desde el tractor comanda también su universo de la cocina.

Pero cada caso es un caso y en Bolivia, donde la tecnología también nos llegará con sus buenas y sus malas, pienso que la agricultura industrial no necesita basarse en una reducción tan radical de la mano de obra. Aquí,  nuestra ventaja comparativa es, más bien y aún, la de la existencia de mano de obra dispuesta a trabajar en el campo a precios competitivos, y eso no puede ser ignorado debiendo, más bien, ser potenciado.

De todas maneras, es tiempo de irse preparando para una tecnificación que cada vez más precisará de mano de obra especializada, altamente calificada para operar maquinaria moderna que lleve incorporada toda esa tecnología que hemos venido mencionando.  En otras palabras, los futuros operadores de la maquinaria agrícola deberán saber lo mismo cambiar un rodamiento y un retén que regular e interpretar computadoras de abordo. Es tiempo de que nuestras universidades se pongan las pilas, se actualicen y formen y saquen al mercado operadores de maquinaria agrícola con dominio de técnicas y tecnología que ya se encuentran inclusive en nuestro medio.

No sé, a mí el reto me parece fascinante pero a la vez tiendo a añorar la agricultura anterior al romeplow, con arados de vertedera, rastras, cultivadoras de palitas,  sembradoritas de 15 líneas y cosechadoras cruzadas con gallaretas como la New Holland 1530 de mi padre, a la que extraño deslizándose  por encima de los arrozales. 

Ya ven, tampoco estoy planteando volver a los bueyes, el punzón, las horquetas y las guadañas, pero me asusta un poco pensar cómo la necesidad de dar de comer a cada vez más gente nos convertirá en dependientes absolutos del satélite.

riopalo1962@gmail.com