domingo, 16 de diciembre de 2012

SABIDURÍA RURAL

Habiendo interrumpido, por fin de año, la entrega de crónicas serias y muy técnicas, prosigo hoy con la serie liviana iniciada hace un mes. Advierto de entrada a mis lectores más recatados, entonces, que la entrega de hoy está bastante prosaica, no tanto por su relación con la prosa sino por su apego a lo insulso y a la vulgaridad.  De hecho, el artículo de hoy contiene algunas expresiones y manifestaciones de machismo, así como abundantes alusiones a lo escatológico, como suele suceder cuando los hombres nos despojamos de las buenas maneras y nos ponemos a conversar sin tapujos, en el campo. 

La vida en el campo, que no practico ya, me dejó momentos inolvidables, me permitió conocer personajes extraordinarios, y me dejó, a través de estos, frases célebres que creo indispensable compartir para que semejantes extractos de sabiduría no se vayan conmigo a la tumba.

Las frases que ofrezco hoy no provienen de una sola persona y son, más bien, una selección de las frases que más me marcaron porque en su sencillez, e inclusive en su ordinariez, encierran en algunos casos filosofía de alto vuelo que se comunica con palabras simples, como ocurre con las cosas buenas.

No identificaré a los dueños de las frases para preservarlos de cualquier interpretación malintencionada, pero aclaro que las frases, los personajes y las anécdotas son reales, y ninguna de ellas viene de mi propia cosecha…ya quisiera yo tener la capacidad de producir personalmente frases como estas.

 “Cuidado con los tigres, no los vayan a pisar”, nos decía un entrañable amigo cada vez que entrábamos a inspeccionar cañaverales.  Poco tiempo nos tomó darnos cuenta de que la advertencia no se debía a que los tigres durmieran la siesta en los cañales, donde los que yacían horizontalmente eran otros entes de color amarillo y negro, overos, de los que si uno no se cuidaba salía pringado hasta las corvas.

Si uno se salvaba de los tigres, era poco probable que se salve de los mosquitos, sin embargo, por mucho que se llevase repelente.  No por nada este otro amigo del campo, burlándose de la eficacia de los repelentes para los visitantes urbanos, muerto de risa, nos advertía que “aquí los mosquitos se han criado con repelente”, como si el repelente fuese la leche que los nutrió toda la vida.  De hecho, a los que más perseguían los bichos era a los que más se embadurnaban de repelente.

Gran observador de las relaciones modernas entre hombres y mujeres, un pariente bastante inclinado a lo procaz nos comentaba a sus sobrinos que a las nuevas parejas de uno “es más fácil tirárselas que peerlas”, y nos animaba a azulearlas cuanto antes, que eso era lo realmente importante, pues lo demás ya se daba por descontado, venía por añadidura, y las ofendía menos.  Entre los sobrinos del hombre había, por supuesto, diferentes versiones respecto al grado de dificultad de cada una de las dos opciones.

Este otro colega no es el autor de la frase, pero fue el que me la comunicó y, por lo tanto, al que se la adjudico, sin dudarlo un instante. “Ni caga ni sale del monte”, me dijo por otro que, a diferencia de nosotros, vacilaba un montón a la hora de tomar decisiones. Creo que la víctima ocasional de la frase no ha salido del monte todavía, a pesar de que ya han pasado uno 25 años que lo dejamos ahí.

El uno no salía del monte y el otro acaba de entrar, sin avisar para qué, y yo lo seguí a corta distancia, hasta que lo cansé de mi falta de tino, al parecer, y lo obligue a decirme “no me sigás, ¿o querés ser el padrino del trozo?”.  De inmediato dejé de seguirlo, claro, que a mis doce años yo no estaba para padrinazgos.

Me quedé, entonces en el camino, y me largué yo mismo un sonoro flátulo que salió con una tonada musical que hizo empezar a zapatear a otro que, quedándose a medias con el zapateo, me dijo “ya pues, tocalo entero pa’ que lo baile”.  La música se acabó, sin embargo, y la incontenible risa no me permitió reanudarla.

El camino era largo, y a lo largo de la cuneta aparecían cantidades considerables de guayabos. “Esos guayabos han sido sembrados a culo, no a punzón”, me dijo este amigo, pensando en los campesinos que se agachaban con los pantalones a los tobillos apenas saltaban la cuneta.  Yo, sin embargo, creo que los sayubuses también pueden haber hecho su parte, aunque fuera al boleo.

Y así es como hemos llegado al final del año y de esta crónica, “empujando con la barriga”, como quien hace las cosas con desdén, sin dignarse siquiera a utilizar las manos.  

Recuerdo decenas de otras frases más comunes pero menos vulgares, y no las quiero poner aquí para no arruinar esta fina antología.  Volveré en algún momento con otras frases célebres, a medida que las vaya recordando.  Mientras tanto, sigo en la ciudad, atrapado por el hombre, pues como dijo un famoso, “Dios hizo el campo, y el hombre la ciudad”.

riopalo1962@gmail.com