lunes, 22 de octubre de 2012

INVESTIGANDO LA CAÑA (II)

Nos retrasamos una semana para dar continuidad a nuestra serie sobre caña de azúcar, y volvemos ahora con el tema de la investigación científica, que empezamos hace dos semanas. Volvemos con el tema porque nos sigue inquietando la noticia de la inminente imposición a los productores e industriales de un gravamen con destino más que incierto.

Con la excepción del CIMCA, ahora llamado CITTCA, que empezó como una iniciativa de todos los cañeros e industriales de la caña de azúcar de Santa Cruz, con aportes propios, sin ningún tipo de apoyo del gobierno, y logró construir una infraestructura, formar profesionales, crear una mística y un sistema de trabajo, y producir una serie de recomendaciones técnicas y variedades, nada más serio se ha hecho al respecto en el país.

Al más puro estilo del cruceño, efectivamente, durante muchos años, los cuatro ingenios y todas las asociaciones y federaciones de cañeros existentes en la década del setenta le pusieron el hombro a la investigación de la agroindustria madre de todas las demás, por lo menos en lo que se refiere a Santa Cruz, creando y desarrollando el Centro de Investigación y Mejoramiento de la Caña de Azúcar, CIMCA. Contrariando nuestra idiosincrasia emprendedora y metedora, acostumbrada a pensar en grande, sin embargo, luego de alrededor de 20 años de intentarlo, nos ganó la desesperanza y en años de vacas flacas, los mismos cruceños emprendedores decidimos cerrar el centro, fatigados por el esfuerzo de poner y poner plata para el centro hasta cuando no la había.

Afortunadamente, el bolsillo y voluntad de hombres y mujeres de uno de los ingenios y asociaciones de cañeros permitió que el CIMCA sobreviva, que se convierta en CITTCA, el Centro de Investigación y Transferencia de Tecnología de la Caña de Azúcar, y que dé continuidad a algunos de los esfuerzos investigativos.  Una continuidad muy loable, pero renga.  Renga por la relativamente pequeña dimensión de los recursos asignados, todos a cargo ya de un solo ingenio y sus productores asociados.

En todo ese tiempo, y aún antes de la existencia de CIMCA y su sucesor, el CITTCA, ninguna otra institución se hizo cargo de la investigación sistemática de este noble cultivo. Por alguna extraña razón, la Universidad local siempre miró con cierto desdén a esta agroindustria, lo mismo que el CIAT, que no lo hizo quizás porque ya existía el CIMCA.  En el ínterin, otros cultivos ganaron fuerza, se hicieron cargo de gran parte de la economía regional, se beneficiaron de la atención de la gente y del mercado, así como de la llegada de tecnologías traídas en gran parte por agricultores migrantes de países vecinos.  La caña siguió incólume su rumbo, con altas y bajas, muchas bajas, y cada vez con menos atención, con menos estrellato, no obstante que sigue siendo la industria que nos endulza la vida, la que sostiene a gran cantidad de familias desde el campo hasta el mercado.

Hoy el cultivo está nuevamente en ascenso porque se vislumbra como el rubro agroindustrial del siglo 21 por su potencial y realidad energética, como combustible limpio, como fuente para la fabricación de plásticos biodegradables, y hasta de pilas, ya no solo de azúcar.  Un nuevo ingenio viene por la esquina, ya existen grupos CREA específicos para caña, y el intercambio internacional es mayor.  No obstante, la expresión de este cultivo en la investigación y en el comercio es todavía menor, si comparada, por ejemplo, con la soya y el maíz y la reciente Feria VIDAS es una prueba de esto, donde la caña brilló por su ausencia.

Creo que no podemos permitirnos semejante ingratitud con un cultivo tan noble. Un país como Brasil, por ejemplo, principal potencia galáctica en el tema, con más de 8 millones de hectáreas de caña, invierte ciertamente mucho en investigación. Decenas de millones de dólares anuales se destinan a avalar el trabajo de centenares sino miles de investigadores que hacen su trabajo desde un consorcio de 10 universidades públicas federales llamado RIDESA, o desde el Instituto Agronómico de Campinas, que recibe apoyo del Estado de Sao Paulo, o desde el CTC, que pertenece a Copersucar y Cosan, empresas privadas, o a través de empresas especializadas con fuerte soporte multinacional, como es CanaVialis, del grupo Monsanto, y de Raízen, que resulta de la colaboración de Shell y Cosan. 

Lo que allí se hace con las universidades se lo hace con fondos públicos, de la misma manera que lo que hacen los privados lo hacen con sus propios fondos. Así es como, respetándose entre ellos y manejando las cosas en orden, logran sacar anualmente al mercado grupos de variedades aptas para los diferentes ambientes agronómicos que con su investigación de muchos años ya han también definido, técnicas nuevas de cultivo, cosecha y transporte, de combate a malezas, plagas y enfermedades, e inclusive temas de la industria, una industria que no es solo azucarera sino que es, sobre todo, alcoholera y energética y que ya anda hurgando también en temas como los de los plásticos y otros.

La investigación científica, por definición, requiere organización, orden, sistematicidad, persistencia y, a menos que todos los que intervienen en ella sean unos genios, no prospera si hay anarquía. En Bolivia, las condiciones antes señaladas deben cumplirse con más rigor aún y, siendo pequeños, los esfuerzos deben unificarse, complementarse, y no se deben dispersar. La investigación no requiere de vaivenes e intereses políticos, no tiene espacio para la corrupción, el favoritismo, ni se trata de un trabajo para perseguir gente.

La investigación de la caña debe dejarse en manos de los que le entienden, es decir los cañeros e industriales que se dedican a su cultivo e industrialización desde hace mucho, y a los que hay que apoyarlos eliminando las viejas trabas, no agregando trabas nuevas...

riopalo1962@gmail.com