domingo, 10 de marzo de 2013

POR SUS FRUTAS (FAVORITAS) LOS CONOCERÉIS

La semana pasada hablamos sobre las frutas de estación disponibles en el mercado, los precios de algunas de ellas, y lo bonito que se pone el Mutualista los domingos a la mañana, a eso de las 09:30, cuando medio mundo conocido se vacía al mercado a comprar sus frutas y verduras.  No hablamos, sin embargo, de mis frutas favoritas, tema con el que hoy día abusaré de su paciencia con el derecho de elegir tema que me da ser el que tiene, mantiene, sostiene y entretiene con este establog.

Al grano: desde que tengo memoria, dije que el melón y el achachairú eran mis frutas preferidas.  Ahora sé que lo del melón era más que nada por copiarme de mi padre, que adoraba una cucurbitácea, el melón, y aborrecía otra, el pepino, que apodaba de lavaplatos. Sostengo, sí, lo del achachairú, al que he elogiado hasta en poemas,  pero en la actualidad ya le agrego otras frutas que han entrado a ocupar los más altos sitiales de mi preferencia. 

Desdeñado en mi juventud, ahora aprecio con fruición al guineo, en cualquiera de sus modelos; extraño a las antes devaluadas mangas de mis pagos, aunque no sean mangas rosas; añoro las humildes papayas de mi ruta norte al Amboró; recuerdo las uvas recién fumigadas pero igualmente comestibles —asaltables—, de Comarapa; me relamo por las mandariningas de Muyurina, lo mejor del mundo en el fragor de las clases prácticas;  soy capaz de matar por los marayaúses de la orilla del río Palo; alabo sin complejos las ambaibas de tía Dorita; me peleo a puñetes por el pacay y las chirimoyillas de Bolpebra; acepto a cuatro manos el elegante durazno, de donde venga; soy capaz de irme a pie a Montero tras el agradable pichiró del motoyoé de la esquina; me olvido de cualquier agravio por el pororocillo de los Domínguez; sufro con gusto la soledad del cayú de Flor de Oro; y trepo cualquier barda por el cupesí de la esquina del Holy Cross, antes de que se vuelva Fe y Alegría.

Igualmente, me olvido de los mosquitos por los motojobobos del camino a Patujú; tolero caerme de la escalera por los guapuruses de los octogenarios árboles de tío Tata; me como hasta el hollejo  las limas de la parcela vecina de Aguacero; evoco con nostalgia, hasta las lágrimas, las guayabas fierreras del taller de Haroldo; no me importa recibir nuevamente una andanada de bolazos por andar tras los guapomoses de tía Eufemia, ¡aijuna, carajo!;  me engarzo del fundillo en el alambre —¡picó el tacha! —, por los guabirases de doña Ángela; me regreso a Santa María tras el kakí de a dona Genisse; repito el viaje por los ocoroses de Buenavista; rememoro con gusto los tamarindos de El Recreo; me aporreo por las chirimoyas, los pitones y las paltas de la casa de Montero; y vuelvo a mis andanzas por las piñas de Guarayos.

Son mis frutas favoritas, preferidas, aduladas, consentidas, todas con denominación de origen, algunas con origen en mi niñez, otras confirmadas en mi juventud y todas reconfirmadas en mi adultez madura.

¿Será que mientras se pone uno más viejo le empiezan a gustar más las frutas?  No lo sé, pero puedo dar fe que todavía no he cambiado de parecer respecto a las manzanas, tan europeamente insípidas, no voy ni a la esquina por el muy genéticamente trabajado kiwi, ni me peleo con nadie por las tan publicitarias y poco interesantes frutillas, ni me tiro un dope por el muy criollamente hediondo paquió. 

Pregunto a mi hija, y me indica que sus favoritas son la sandía y el achachairú, y agrega que con excepción de la manzana, el guineo y el kiwi, que le gustan poco, y todas las que no conoce, todas las demás frutas le gustan mucho también.

Le pregunto a mi señora y me dice algo parecido, que le gustan todas pero su favorita preferida es el durazno.  Yo tomo nota, pienso y digo: seguro que el durazno en lata, porque hasta en eso  le gusta dar lata a la señora, y ella se ríe con la a veces esquiva tolerancia de los domingos a la mañana.

No está mi hijo para preguntarle, pero ya sé que no es muy frutero el muchacho.  No tengo dudas, sin embargo, que cuando sea mayor le gustarán todas, o casi todas, tal como me ocurre actualmente a mí.  De gatos hoveros, hoveros salen los hijos.

riopalo1962@gmail.com