domingo, 19 de febrero de 2012

EL CATO

Aunque el cato es una unidad de medida agraria tradicional, con la que en Bolivia se miden las plantaciones de coca, debo aclarar que hoy no me meteré en la temática agropecuaria, y saliéndome un poco de la huella de este establog, aprovecharé este feriado para escribir, casi en tono de bando carnavalero, sobre otros temas de singular importancia y vigencia en estos días.

Dije muchas veces y escribí otras cuantas que cada cato de coca excedentaria −es decir, la mayor parte de la coca cultivada en Bolivia−, se debería llamar pichicato, y el propietario ser conocido como pichicatero. No me dieron mucha bola y quizás por eso, como jocheando petos, vuelvo ahora sobre el tema.  ¿Cuál tema?  El tema del juego de palabras, que es mi favorito.

No me dieron bola y, por tanto, mi juego de palabras no surtió efecto, no se popularizó, lo que me dejó un poco desalentado, pero tampoco me persiguieron por ese motivo, lo que es bueno.

Que no me hayan perseguido es bueno, sobre todo si consideramos que uno de los nuevos motivos inventados por el gobierno para perseguir a sus enemigos, a través de un sistema judicial que maneja a su antojo, es el del desacato, un curioso y supuesto delito de desobediencia a la autoridad en criterio de la misma autoridad.  En otras palabras, me tenés que hacer caso y rendir siempre pleitesía, sino te persigo por desacato.

El principal promotor del cato de coca, y el que si no la promueve tampoco impide la persecución por desacato, es el que sabemos, nuestro gran estadista, el que vive buscando como salvar responsabilidades, asumiendo selectivamente los temas en los que se quiere meter, y su colaborador más cercano, otro conocido mentecato.

Y es que hay que ser mentecato para pensar así, hay que tener la mente en el cato y ser feliz merodeando siempre lo escatológico, cosa que yo no comparto ni practico, ni acato, y menos aún si lo manda el sindicato.

Nos manejan mirando el retrovisor, con un espejo distorsionado, practican la catoptromancia, el arte supuesto de adivinar por medio del espejo, y se equivocan tanto que confunden a los Reyes Católicos con los rayos catódicos. Se confunden tanto que lo confunden también a uno, y son capaces de confundir hasta al Cato Institute, el más poderoso think-tank de la libertad individual, el gobierno limitado,  los mercados libres y la paz.  Están tan turbados y mentalmente perturbados que ni todo el litio de Uyuni, ni en su forma de silicato,  sería suficiente para curarles la esquizofrenia individual y colectiva que padecen.  

Sin usar ninguna forma de litio yo soy, en general, pacato, tímido, mojigato, pacífico, tranquilo, con excesivos escrúpulos, pero como dije antes, no acato ordenes del sindicato, ni aunque me las repitan catorce veces, ni aunque me brinquen a catos, que en la tierra de las maras centroamericanas es lo mismo que brincar a puñetazos, ni aunque me provoquen una diarrea a punta de cato que, según Wikipedia, es una sustancia adstringente que se extrae de una especie de acacia.

Pero, volviendo al cato original de esta crónica, no olvidemos que de ahí es de donde sale la coca excedentaria con la que se hace pichicata. Y como decimos aquí, el que no lo ve es porque está ciego, chicato, o porque no lo quiere ver, y en este caso, el chicato también pasa a ser pichicato.

Qué manera de escribir macanas, ¿no?  Será porque es Carnaval y uno se puede disfrazar de lo que uno quiera, desde pepino hasta suricato, y aprovechar la siesta de Marcus Porcius Cato Major, conocido como Cato Censorius, que era el encargado de la censura en tiempos del Imperio Romano.

Pero paremos ya con este juego de palabras, antes de que se desate una hecatombe de la que no nos salve ni el juez Garzón, al que ya acusaron y juzgaron por prevaricato.  Y como me dijo mi protector, desde el Cielo, “dejate de jochear los petos, porque de este rap carnavalero ya no te rescato”.

riopalo1962@gmail.com