domingo, 9 de septiembre de 2012

NOMBRANDO EL VIENTO

Escribo esta crónica bajo una ventolera acobardadora, como dice mi madre. La llegada de sugerencias de nombres para el viento norte me obliga a hacer esta tercera entrega no programada sobre el tema, aclarando que esta crónica extra me posterga un artículo que ya tengo escrito y que hace un par de semanas que me salgo de la vaina por publicarlo…, a pesar de que no me conviene compartirlo porque tiene que ver con una forma efectiva y segura de hacerme rico. 

Muy creativa e inteligente, nuestra gente, me han planteado nombres alternativos para el viento norte, todos muy válidos, como para publicarlos a continuación, con o sin autorización previa de los que me mandaron las ideas.

El Dr. Mario Suárez Riglos, mi tío, quien promete enviar otros nombres si se le ocurren más adelante, propone el cuasi cívico denominativo de “Vientos Alisios Cruceños” y remata con otros dos que son muy apropiados si consideramos los tiempos y los vientos que corren actualmente: “Viento del TIPNIS” y “Viento del Choré”, que yo considero muy acertados siendo que es desde allí desde donde nos vienen, trayéndonos sus aromas de bosques húmedos, de laderas chaqueadas y quemadas, de pampa-islas portachueleñas, y de extensos cañaverales en flor.

Nuestro querido amigo don Fenelón Justiniano propone un denominativo que es digno de un pedestal y que a mí personalmente me llena de gusto: “Tumbaviejas”, nombre propio de nuestra pícara idiosincrasia y del que puedo dar fe, pues en días muy ventosos he visto a más de una señora pelarse las canillas por no saber si atinar a atender la bata o el cabello, y por no tener a mano de quien agarrarse. El apelativo puede servir también para referirse a otra clase de viejas, como las taperas y las bardas que se han caído por el soplo inclemente de este incesante baquitú.

Mi hermano, Eduardo, a quien un ventarrón con apellido le hizo trizas el vidrio de una mesa de terraza esta misma semana, me aparece con la sugerencia de “nortazo tumba mangas”, también interesante, considerando que esto de tumbar las flores y las frutas cuando todavía no han alcanzado tamaño ni madurez es uno de los principales efectos del viento norte en nuestras vidas. Los mangos y los paltos se ven obligados a florecer y frutear dos veces, a las apuradas, para poder llegar a su estación productiva con frutos maduros y sazonados. La culpa la tiene el “nortazo tumbador” al que, entonces, también le podemos llamar “manguero”, por varias razones, a saber: Porque nos llega como por un tubo o manguera, porque nos manguea una producción de flores y frutos –aunque también aporta con una especie de poda de raleo y nos deja frutas más grandes y vigorosas–, y porque infla las mangas de los aeródromos, esos calcetines anaranjados que se ponen para que se sepa de qué lado y qué tan fuerte está soplando el viento. De modo que “viento manguero” puede ser también un buen nombre.

Desde la Argentina, sin maximizar ni exagerar nada, mi amigo Manuel Maximino me informa que allí el viento norte enardece a las yararás, tal como lo hace aquí, alborotando a las pucararas.

Como ven, algunas de las propuestas son más técnicas que otras, pero todas resultan del gran conocimiento que los cruceños tenemos sobre este fenómeno atmosférico. Quizás los pilotos de aviones chicos ya les tengan otros nombres íntimos que no quieren divulgar. Quizás los meteorólogos tengan en su propia jerga nombres como “frontal septentrional”, “convectivo boreal” o alguna otra bellacada técnica para nuestro viento norte. Pero, lastimosamente, de los meteorólogos que transmiten los datos a los medios de comunicación no espero mucha creatividad.  Pocas cosas son tan poco soportables como escucharlos anunciar sus pronósticos cuando los medios los llaman para pedírselos y uno está ahí atento, con la esperanza de escuchar informes bien dados.  Son tan lacónicos y puntuales, tan imprecisos y pobres en atributos que pareciera que no tuvieran vocación para hacer su oficio... 

Pero dejémonos de renegar y criticar, y volvamos a nuestro tema.  A los nombres recibidos y señalados antes se les puede yapar todavía varios otros nombres como “soplador”, “baquitú norteño”, “apagavelas”, “cordillerano norte”, “entubao”, “pailero”, “jarubichero”, “soplo de borracho” y otros que me fueron comunicados por telepatía, algunos de ellos por mis propias musas.

Y si el viento norte nos llega un poco fresco, lo más apropiado y propio de nuestra ocurrencia cruceña es llamarle “sur de retro”.

Nombrar el viento es, pues, una tarea constante, y hasta podríamos darle un nombre distinto cada vez que nos llega un viento de norte que dura más días de la cuenta, o cuando empuja con más fuerza de lo habitual.  Si hacemos así, entraríamos en la moda internacional de nombrar nuestros propios huracanes tal como lo tienen que hacer en esta temporada, por ejemplo, los que habitan la región del Caribe, el golfo de México y la costa este de Norteamérica, que se quitan de malos ruidos y les ponen nombres de mujeres y de hombres, con un manejo muy singular de la nomenclatura de los vientos fuertes que les llegan por el mar.

¿Por qué se le llamó Kathrina a un viento huracanado que fue más bravo que el reciente Issac? Por algo ha de ser…para mí es un enigma, pero ya está de buen tamaño, mejor dejo el tema por aquí para que a nadie se le vaya ocurrir ponerle nombre de personajes locales a nuestra tan molesta ventolera.  Y como este del que hablamos nos llega por la izquierda, si estamos mirando al norte, mejor paro de una vez y así lo evito… aunque, ¡qué macana!,  acabo de decir el nombre con el que lo llamaba su mamá cuando era inofensivo y chiquitito.

riopalo1962@gmail.com