domingo, 6 de enero de 2013

VACAS ORNAMENTALES

Un tanto amargado, solo en mi soledad me dejaron hostil y belicosamente y se fueron al Pacífico, por muy paradójico que parezca, hoy tengo poca inspiración para escribir.  Además, la semana pasada la perorata fue tan larga que para esta deberemos ofrecer algo más corto.

Corto pero sustancioso, y esta vez dedicado a un nuevo rubro agropecuario, como ya lo hicimos antes. No nos referiremos esta vez a la cría de ovejas y burros para pesebres navideños, ni al cultivo de pinos con bolas de adorno, listos ya para ornamentar hogares en la misma época navideña.  Hablaremos, sí, de otra cría con fines ornamentales.

Se trata de las vacas ornamentales, negocios que, lo crean o no, ya existe. Yo conocí el negocio y vi personalmente a las vacas y puedo dar fe de que la historia que les voy a contar es verídica.

En la zona de Dulles, el aeropuerto internacional de Washington DC, existen mansiones rodeadas de grandes, enormes, jardines.  No son granjas —llamarlas así sería casi una ofensa, y además, que yo sepa, en ellas no producen nada.  Son, nomás, lo que dije, mansiones rodeadas de amplios prados en las que se pueden ver elegantes jinetes practicando equitación en finos corceles, vestidos ellos —no los corceles—, a la usanza de la Europa victoriana, o como lo hace la realeza para practicar sus cacerías de jabalíes.

Los dueños de estas mansiones, millonarios que buscan cada vez nuevas y mejores formas de lucir y hacer alarde de sus fortunas, y con la cabeza puesta en Europa un complejo que los norteamericanos no admiten y les cuesta quitarse de encima, compran estas vacas para ponerlas en los prados frontales de sus  mansiones para que sus paisajes parezcan europeos.

Las vacas valen caras, carísimas, más que las lecheras, pero deben tener los colores y la silueta perfecta, la actitud de serenas majestades rumiando con indiferencia, y, si es posible, deben mugir en francés y no andar regando el jumbacá (casi se acabó el encanto, ¿no?), por todo el verde y bien recortado prado.

A mí me presentaron una vez a alguien que era familiar de alguien que producía estas vacas ornamentales, o que las lucía en su mansión, ya no recuerdo bien (la noticia me dejó turbado y no presté atención al detalle). Eso es lo más cercano que he llegado yo de los millonarios y de la realeza, aparte de un apretón de manos que una vez le di a un príncipe de Dinamarca que se llamaba Enrique o Federico (no recuerdo bien cuál era, me volví a turbar de la emoción) en una recepción organizada para WWF.

No sé si por aquí tenemos tantos millonarios, pero sí sé que tenemos realeza e igual o mayor cantidad de mentecatos que hasta se endeudarían para comprar las vacas ornamentales.  Un negocio como para pensarlo, ¿no?

riopalo1962@gmail.com