domingo, 2 de septiembre de 2012

VIENTO NORTE

Esta mañana, a las siete, salí caminando, y con cuarenta bolivianos en un bolsillo de mis bermudas, a buscar unas salteñas para tener un desayuno dominical diferente al habitual. ¡Que sean Gladymar!, me dijo mi hija, ya vencida por mi fregandurria de llamar así a unas salteñas que en verdad se llaman Glorimar, y que quedan cerca de la casa. El viento no era fuerte, pero ya era de norte y había sido suficiente para esparcir por la avenida Beni los panfletos de una candidata a Jefe de la Carrera de Ingeniería Ambiental que con su basura de papeles tirados en la calle contradecía flagrantemente los propósitos que seguramente anunciaba en su propaganda proselitista. Los cuarenta bolivianos apenas alcanzaron para cinco salteñas, de a una para cada uno, excepto para el preadolescente tragaldabas, al que menos de dos no le son suficientes.

Pero lo importante de todo esto, aparte de la convivencia familiar y mi ignorancia con el precio de las cosas –me manejo con precios prehistóricos, ya que la última vez que recuerdo haber comprado una salteña estas costaban tres bolivianos–, es que el viento norte volvió a la ciudad, donde se pasa la mayor parte del año.

Cambió de lado el viento y, con mucho gusto, pasamos hoy a completar la crónica que empezamos la semana pasada sobre el viento norte, ese cuyo nombre común no nos impresiona y nos deja con la sensación de que se merece un nombre más creativo, de mejor imaginación, más acorde con nuestra costumbre cruceña de ponerles buenos apodos a la gente y a las cosas.

El viento norte viene direccionado, dirigido, condicionado, entubado y embravecido  por el codo de los Andes y, sin embargo, no lo conocemos como codazo andino. Los vientos bajos no pueden ascender la barrera andina y fluyen a lo largo de ella, aumentando su velocidad a medida que se dirigen del noroeste hacia el franco sur guiados por el cambio súbito de dirección de la cordillera en el codo.

El fenómeno que produce los vientos en la parte oriental y llana de los Andes se llama SALLJ por sus siglas en ingles, lo que quiere decir South American Low Level Jet, y está asociado a condiciones típicas de vientos de dirección noroeste, un frecuente patrón de circulación del aire que modula fuertemente la actividad convectiva en el verano en las laderas orientales de los Andes bolivianos y las tierras bajas circundantes. 

El codo de los Andes está tan cerca de Santa Cruz y ha moldeado de tal forma su vegetación, las lluvias, temperatura, vientos, y hasta la idiosincrasia e índole buena de su gente, que no es posible que no se lo haya adoptado como accidente oficial de los cruceños.  Fuera de broma, es tanta su influencia en nosotros, que no entiendo cómo es que todavía no nos hemos reconocido como capital del viento del codo, ni nos vendemos al mundo como el lugar para ver y sentir el codazo.  En Santa Cruz de la Sierra tenemos influencia chaqueña, amazónica, andina y del bosque seco chiquitano, y debemos reconocerlo identitariamente, por más que el bendito viento del norte que nos golpea buena parte del año no tenga nombre creativo y se llame nada más que viento del norte, a pesar de que viene del noroeste.

En otras palabras, nuestros cielos limpios y despejados, los más puros de América cuando no estamos quemando sus bosques y praderas, son una consecuencia directa del codo que, antes de doblarse, tiene el cielo comúnmente más nublado. Nosotros estamos ubicados en la posición más privilegiada para ver desde el sobaco, el brazo y el antebrazo, y el codo doblándose y cambiando de dirección. 

Pero el viento no tiene un buen nombre, y que así sea es algo que no tiene nombre. Es un nombre que nos deben los abuelos… ¿o es que no existía en tiempos de los abuelos, cuando los bosques aledaños todavía lo filtraban para que llegue en forma de suave brisa?  No lo creo, las dunas del sur delatan la antigüedad de un viento que, con seguridad, ya molestaba desde millones de años antes de que Chaves, el nuestro, el bueno, nos llegara del Paraguay a desencantar estas tierras de feroces vientos.

Hay que ponerle nombre, todavía estamos a tiempo antes de que sean los vientos nucleares los que azoten estas latitudes. Queda abierto, pues, el concurso para nombrar a nuestro viento de norte, el que nos saca de quicio. No puede ser que sea un anónimo desconocido o de nombre feo el que tanto influye en nuestras decisiones, nuestro humor y nuestro comportamiento. 

No olvidemos que somos la región más ventosa del país, la de mayor recurso eólico, la más propicia para instalar parques de viento que sustituyan otras fuentes de energía y, sin embargo, aquí nunca progresaron ni los aeromotores, a diferencia de otros países donde, en sus zonas rurales, en cada casa se ve uno, y hasta uno en cada corral o en cada abrevadero del ganado.

No hagamos como dicen que hacen los catalanes de alcurnia, ni los dominicanos todos, que viven frente al mar pero le dan la espalda.  Pongámonos de frente al viento que nos sobra, démosle la cara y aprovechémoslo antes de que nos empiecen a cobrar por este tan molesto regalo de Dios. 

El establog tendrá el honor de reconocer a las mejores sugerencias de nombre que nos lleguen.  El que mejor propuesta haga se ganará el derecho de gritarlo a los cuatro vientos. 

Mientras tanto, los dejo hasta la próxima semana y me voy a ver un concurso de perros.  Llevaré al nuestro, Cachupín, para que se distraiga un poco, para que consiga los teléfonos de unas cuantas perritas y, sobre todo, para que disfrute de este raro día de vientos calmos…

riopalo1962@gmail.com