domingo, 2 de diciembre de 2012

LA AGROPECUARIA Y LOS DIOSES

El hombre de campo de antes la tenía clara. Sus ceremonias y plegarias iban todas dirigidas a la consecución de fines prácticos e inmediatos. Se dirigía a Pomona para que las peras creciesen bien en su huerto, a Saturno para que le auxiliase a sembrar, a Ceres para que le permitiese cosechar, a Estérculo para que las vacas fabricaran y depositaran suficiente abono en los campos.

El hombre de antes la tenía muy clara, mientras que el de hoy parece que no tanto.  Actualmente hay mucha confusión, mucho río revuelto y ganancia de pescadores, muchos semidioses y muchos peligros acechan a quienes obedecen sus designios.  Hay, de hecho, pescadores que extorsionan y cosechan arroz sin sembrarlo, en cantidades suficientes para festejar todas las bodas del mundo durante un año, en volúmenes suficientes para alimentar una buena parte de África por unos varios días. Tienen estos semidioses artes y mañas propias de seres superiores, pues con un toque imperceptible de sus varas hacen desaparecer productos en un santiamén –tienen predilección por  el arroz de marca Ostreicher–, sin dejar rastro alguno, según creen ellos.

¿A quién se dirige, entonces, hoy, el hombre de campo cuando quiere expresarle sus angustias, cuando necesita compartir sus quebrantos o encomendar su futuro? ¿Con quién habla –aunque sea metafóricamente–, cuando necesita que llueva o requiere que no llueva?  ¿Será que busca un santo especializado, o será que limita sus consultas a la lectura de los pronósticos del satélite meteorológico de su predilección? ¿A quién busca cuando le cae la plaga, cuando las pestes y las enfermedades se ensañan con sus cultivos y ganado? ¿Será que hay alguna adivina avivada que cosecha de los bolsillos de los agricultores afligidos y les hace creer que la cosecha será más buena mientras más le aflojen la plata? ¿Será que existen todavía esos otros avivados que santiguan cultivos a cambio de partes anticipadamente pagadas de la futura cosecha? ¿Será que en nuestro medio existen ya los que creen en los yatiris y a ellos les hacen cargo de sus éxitos y fracasos?

En nuestros tiempos, cada santo tiene su tarea, y a San Pedro se le encargan las lluvias, a San Isidro Labrador que bendiga los campos y a los agricultores, y a San Daniel para que nos libre de la mala racha económica. ¿Será que los agricultores y ganaderos usan la oración de Caramanchel para calmar y alejar a los acreedores?, ¿será que recurren a San Dimas para recuperar las reses y los arroces (así les dicen algunos pobres periodistas) perdidos? ¿Será que siguen acudiendo a San Juan Bosco para pedirle que Muyurina no deje de sacar técnicos agropecuarios suficientes, buenos, pensantes y practicantes, como para soportar el crecimiento de nuestro campo?

Cómo será, ¿no? Hay un santo que hace funcionar todo, se llama San Washington y tiene unas estampitas verdes, de corte legal, que cuando se usan en fajos operan milagros, vuelven la noche día, la seca la convierten en riego de pivot central y tienen un poder inconmensurable ante la falta de decisiones políticas y judiciales.

Pero hay otros santos y dioses muy poderosos también. Como van las cosas, el Dios máximo lo acumula todo, concentra el poder total y es a él al que hay que encomendarse, nalgas y todo.  Tiene el mismo nombre de la primera mujer, la que se comió la manzana –otros dicen que lo que se comió fue un miembrillo–, pero en masculino.  Tiene el poder de decidir que la Pacha Mama lo confunda todo, que maldiga sin pruebas suficientes a los transgénicos, que convierta el principio precautorio en fin perentorio, y que mude el centro de origen de las especies. Tiene el poder de arruinar grandes propiedades productivas sepultándolas bajo el mote de latifundios, aboliéndolos de la faz de la Tierra –otros dicen que él mismo tiene propiedades inmensas, con sembradoras y cosechadoras del tamaño de un estadio, pero yo no lo puedo atestiguar ni testicular.  Tiene el poder de decidir que el poder se lo entrega a otros, y por eso lo ha entregado a unos cuantos que hacen lo que les da la gana –otros dicen que no tiene ningún poder y que en realidad es rehén de una cáfila de mangueros. Otros dicen, aún, que los mangueros están divididos y que cualquier rato nos regalarán deliciosos trapitos sucios que se mostrarán entre ellos y no los conseguirán lavar dentro de la casa.

La cosa está fea, y cada uno que busque a su Dios, a su santo y a su santiguador, aunque mejor sería que todos los que somos de aquí o los que han venido aquí con buenas intenciones, nos encomendemos a la virgencita de Cotoca que, siendo Ella del campo, es la que más de cerca ha visto cómo se ha desarrollado nuestro campo.

Ella lo puede todo, pero si acaso está muy ocupada o distraída, a los agricultores y ganaderos no les quedará otra que, como novias afligidas, dejadas o quedadas, recurrir a San Antonio, que consigue novio a sus devotas que, postradas a sus pies, le dicen: San Antonio bendito, mándame un noviecito, convenga o no convenga, ¡pero que venga!